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"La memoria no es un asunto del pasado"

Conversación Almudena Grandes • Valerio Rocco

Imágenes de la edición ilustrada por mestres y sala de El equipaje del rey José, Episodios nacionales, Benito Pérez Galdós, La Guirnalda, 1875 © Ministerio de Cultura 2008

La escritora Almudena Grandes y Valerio Rocco, director del CBA, conversan, al hilo de la exposición Antonio Saura: Mentira y sueño de Franco, sobre la difícil memoria de una guerra en El Círculo en Casa, la versión online de Los lunes, al Círculo durante los meses de confinamiento. La autora de la serie «Episodios de una guerra interminable», cuyo último título publicado es La madre de Frankestein, reivindica la necesidad de crear un discurso unificado sobre el franquismo y la Guerra Civil y también el papel de Galdós como referente de la tradición democrática española.

Valerio Rocco

Me gustaría empezar preguntándote acerca de una cuestión actual: ¿qué opinas sobre el discurso belicista con el que los responsables políticos están contando a la población la situación por la que estamos atravesando, empleando términos como vencer, enemigo, batalla o estado de excepción para generar cohesión y compromiso cívico? ¿Piensas que la situación que vivimos es comparable a una guerra? Me gustaría que me contestaras tanto desde un punto de vista histórico como de relato, de «estilo literario», si prefieres. Y también me gustaría que me dijeras si piensas que, como sociedad, vamos a salir cohesionados o fortalecidos de esta pandemia.

Almudena Grandes

Desde que empezó la crisis del COVID-19, no hago más que pensar en esta pregunta que me haces, en qué consecuencias va a tener todo esto en un país tan complicado como España. Hasta qué punto el enemigo común que representa este virus puede ser un factor de unidad en un país en crisis territorial permanente. Hasta qué punto la militarización de ciertos servicios básicos, la presencia del ejército en las calles y su actividad en distintos procesos sanitarios va a modificar la percepción que tenemos en España sobre las Fuerzas Armadas. En principio, pienso que la lucha contra el virus tiene elementos en común con una guerra: una guerra de invasión, en la que hay un enemigo invisible y diminuto que nos amenaza a todos. Pero confieso que, por momentos, me ha parecido excesivo. Comprendo la tentación de los profesionales y del Gobierno de apelar a la ética y a la épica para reforzar el sentido de responsabilidad de la población y provocar una respuesta positiva frente al confinamiento, pero ha habido momentos en los que ese discurso me ha parecido desmedido. Tengo la impresión de que al Gobierno también se lo ha parecido, porque lo ha moderado en los últimos días. En cualquier caso, España es un país con una profunda crisis sistémica en muchos aspectos, un país con la autoestima muy baja y con un problema fundamental de identidad que revela la falta de identificación por parte de millones de españoles con los símbolos de la nación. Parece que solo somos un país normal cuando hay un Mundial de fútbol y todo el mundo apoya a la selección. Cómo puede afectar esta crisis a estos aspectos es algo muy interesante que vamos a tener que analizar en el futuro inmediato, porque, como diría un epidemiólogo, es demasiado pronto para aventurar respuestas.

Valerio Rocco

Como sabes, los dibujos de Antonio Saura que exponemos en el Círculo no se hicieron públicos en vida. Son muchas las razones que explican por qué no se ha expuesto hasta hoy la serie completa, pero una parte de ellas tienen que ver con las relaciones que ha tenido España con su propia memoria, con su historia. La relación de España con su pasado dictatorial y con su Guerra Civil es muy distinta a la de otros países europeos; en concreto, Francia e Italia, que son los ejemplos que mejor conozco. Allí sí se ha podido construir un relato único sobre lo que ocurrió, sobre la memoria, sobre la guerra y sobre las «veleidades» –que en muchos casos son bastante más que veleidades– dictatoriales de los dos países. En España, en cambio, tantos años después siguen existiendo dos discursos enfrentados. ¿Piensas que tiene sentido aceptar esta excepcionalidad española, normalizar que deben existir dos relatos independientes? ¿Cómo crees que afecta esa visión sobre la Guerra Civil y el franquismo a la sociedad actual?

Almudena Grandes

La memoria no es un asunto del pasado. La memoria es un ingrediente esencial en la construcción de la identidad de las personas, de las sociedades y de los países. Y tiene que ver con el presente y, sobre todo, con el futuro. Si no tenemos en cuenta de dónde venimos, no podemos saber a quién queremos parecernos ni qué errores queremos evitar repetir. Esta es la anomalía básica de la democracia española. Ha conseguido logros indudables que la han homologado con otras democracias europeas en muchos sentidos, pero arrastra hasta hoy un pecado original, un problema que se ha ido agravando con los años y que tiene que ver con el relato del pasado y con la imagen de la propia democracia española. Al principio de la Segunda Guerra Mundial, a los excombatientes del Ejército Popular de la República que se integraron en la Resistencia francesa les escandalizaba que se ejecutara sistemáticamente a los prisioneros, porque, en efecto, esa era la norma de la Resistencia: no hacer prisioneros y ejecutar a todos los enemigos que cayeran en sus manos. Sin embargo, nadie ha visto jamás una imagen de un miembro francés, italiano, holandés o griego de la Resistencia pegándole un tiro en la sien a un soldado de reemplazo alemán. Lo sabemos por los testimonios de quienes estaban allí, pero nunca lo hemos visto porque en esos países se elaboró un relato de la contienda que tenía que servir como elemento fundacional y estabilizador de la democracia que se acababa de crear, y se evitaba incorporar elementos que pudieran perturbar o poner en entredicho esa nueva realidad.

Siempre se dice que hay que tener en cuenta que la Guerra Civil fue una guerra entre españoles, pero lo cierto es que en la inmensa mayoría de los países europeos la Segunda Guerra Mundial terminó en contiendas civiles, conflictos armados y ajustes de cuentas entre antifascistas y colaboracionistas que produjeron muertes muy violentas y, en algunos países, muy numerosas. Sin embargo, esas democracias construyeron un relato sólido en el que no se niega que estas cosas hubieran ocurrido, pero no se ponen de relieve porque no son elementos que consoliden la democracia creada. En España no ha sucedido nada semejante.

El relato que se construyó en la Transición presentaba la llegada a la democracia como el fruto de un acuerdo entre las élites del país, cuando no es cierto. En ese relato se omite sistemáticamente el trabajo, la lucha, el sacrificio y la resistencia de los antifranquistas, hombres y mujeres que se jugaron la vida durante treinta y siete años y cuya presencia fue fundamental para que la Transición tuviera lugar de una forma tan incruenta y tan aparentemente admirable. Ahora bien, ese proceso que asombró al mundo ha caducado y creo que las instituciones españolas no son muy conscientes. Yo nunca he atacado frontalmente la Transición porque tengo memoria; no puedo reivindicar la memoria sin tener memoria. Recuerdo perfectamente los muertos de aquel momento, recuerdo aquella semana de enero de 1977 en la que la extrema derecha liquidó a dos estudiantes y a cinco abogados laboralistas, recuerdo el ruido de sables, la amenaza del golpe de Estado, y estoy dispuesta a admitir que la Transición fue la obra de una generación de españoles que hicieron honestamente lo que creían que tenían que hacer. Lo que me parece inadmisible es que esa generación bloqueara la posibilidad de que generaciones sucesivas hicieran lo que creían que tenían que hacer. Probablemente en 1978 no se podía haber hecho más porque la situación era muy precaria, pero a partir de 1982, cuando el PSOE obtuvo esa mayoría tan aplastante, se debería haber afrontado esa realidad.

Me parece muy grave que haya gente que asuma que es normal que en España coexistan dos relatos. España parece ser el único país del mundo donde tras una guerra entre fascistas y demócratas todavía no está claro quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Es una profunda anomalía que incide, como decía, en la autoestima nacional y en los problemas de identidad de este país.

Tenemos la sensación de que la democracia española se fundó en el aire, sin raíces, gracias al talento y la habilidad de unas pocas personas. Existe una especie de culto a la personalidad de la Constitución de 1978. En democracias igual o más consolidadas que la nuestra, la Constitución se reforma cuando hace falta, mientras que aquí hay una especie de pánico a tocar cualquier elemento del consenso de 1978. Sin embargo, España ha cambiado mucho en cuarenta años y los resortes que movían a la sociedad de entonces no tienen nada que ver con los que la mueven ahora, como tampoco tiene nada que ver el concepto del país que tenía la gente en 1978 con el de ahora. Haría falta invertir en dignidad democrática, habría que refundar la democracia española para que seamos un país normal en el que no haya tantos millones de ciudadanos que al ver la bandera nacional piensen que están viendo la bandera del enemigo. Y todo eso tiene que ver con relatos que coexisten en el tiempo sin que, al parecer, a nadie le preocupe demasiado.

Valerio Rocco

Esta reflexión me lleva de nuevo a la exposición de Saura. En sus dibujos sobre Franco, Saura no solo criticó al caudillo: para él estaba muy claro que Franco no era solo una persona, sino una entera estructura de poder. ¿Qué queda en la España de hoy del dictador, de las estructuras que le apoyaron y le dieron tanta fuerza, si es que crees que queda algo?

Almudena Grandes

El franquismo pervive más como una sombra que como un cuerpo, más como un conjunto de temores y de prejuicios que como una realidad. Es verdad que hay instituciones que, a lo largo del tiempo, se han democratizado mucho más deprisa que otras. Salvo esta reaparición nostálgica del franquismo en partidos como Vox, que sí practica la nostalgia sistemática de la dictadura y el culto al dictador, creo que el franquismo pervive más en los miedos. Cuando era adolescente –estoy hablando de 1976, 1977–, todos los días nos decían: «no hagáis nada, que es peor, que no se puede…» Se insistía constantemente en que era el momento de la democracia, no el del feminismo; no el de la república; no el de la justicia social… Esa sensación de miedo, que ya no tiene un fundamento real, ha persistido hasta hace muy poco y sigue viva en algunos sectores de la sociedad.

Es verdad que la crisis económica de 2008 puso de manifiesto muchas otras crisis en este país. España atraviesa varias crisis combinadas, aparte de la del coronavirus: una crisis territorial, una crisis de desafección de la ciudadanía, de desconfianza hacia la clase política, una crisis moral, porque no se puede soportar una corrupción como esta sin dejar de desconfiar en el sistema, y en estos últimos años también hemos vivido una crisis institucional en la que instituciones que parecían intocables o incontrovertibles, como la justicia o la monarquía, se han convertido en elementos sobre los que la gente se atreve a opinar, aunque a veces tenga que pagar una multa por hacerlo. La ciudadanía ha perdido el miedo a determinadas verdades sagradas que nos acompañaban desde la Transición. Sin embargo, en las instituciones, en los grandes partidos y en amplios sectores de la sociedad, el franquismo pervive bajo la forma de un miedo, no se sabe muy bien a qué, profundamente reaccionario. Yo diría que esa es la principal herencia del franquismo hoy en día.

Valerio Rocco

Pues hablemos del miedo en la creación artística. En el caso de Saura, su decisión de no hacer públicos sus dibujos de Mentira y sueño de Franco ni durante la dictadura ni después nos lleva a preguntarnos por los mecanismos de censura y autocensura que existían entonces. ¿Crees que hay procesos de censura o de autocensura que siguen operando en los mecanismos de creación literaria, artística o ensayística y que pueden refrenar la libertad de creación? ¿Sigue habiendo censura o autocensura en España? Y si es así, ¿alguna vez tú te has sentido coartada por este tipo de mecanismos o de estructuras?

Almudena Grandes

La autocensura como tal ha cambiado mucho. El factor principal que impone limitaciones hoy a la creatividad de muchos artistas es el miedo a perder cuota de mercado, miedo a tocar temas que puedan restarles popularidad y limitar el éxito comercial de sus obras. Cuando publiqué El corazón helado, en 2007, mucha gente me dijo que tuviera cuidado porque iba a perder lectores. Yo dije: «Algunos perderé y otros ganaré». Curiosamente, a partir de ese libro empecé a tener lectores masculinos; comprobé así que es verdad que la ficción interesa más a las mujeres, mientras que la memoria histórica interesa más a los hombres.
Es verdad que la industria editorial es mucho más libre que la audiovisual, en la que hay mucho más miedo en torno a los temas políticos y, entre ellos, los relacionados con la memoria. Pero hay mucha gente que se autocensura por miedo a perder prestigio, a pasar a ser considerado un indeseable para los medios o para la crítica, y procura tratar temas muy contemporáneos más o menos inocuos. En suma, la autocensura existe hoy principalmente como una forma de salvaguardar el impacto comercial de las obras, lo cual es bastante triste.

Valerio Rocco

Hay una frase muy hermosa de Bertolt Brecht que dice que el arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma. ¿Crees que esto se aplica a todo el arte, a toda la literatura ? ¿Cuánto hay en tu obra de espejo del pasado y cuánto de martillo del presente?

Almudena Grandes

Las dos partes de esa frase, que es brillante, encierran una verdad. El arte refleja la realidad y, gracias a esa capacidad de reflejar la realidad, se convierte en un martillo con el que darle forma. Cuando hablamos del compromiso del intelectual, del escritor o del artista, solemos equivocarnos pensando que se trata de una elección del artista o del escritor, cuando no es así. El compromiso es inherente a la creación artística porque crear es mirar el mundo y elaborar esa mirada, contar lo que uno ve. Cada persona, ni siquiera cada creador, mira el mundo con sus propios ojos y su mirada está impregnada de los ingredientes de su identidad. Al crear reflejamos nuestra idea del bien y del mal, lo que nos gusta y lo que no, y no solo nuestros conceptos estéticos, sino también los éticos. Lo que entendemos por artista comprometido es simplemente un artista que reconoce de manera explícita ese compromiso, pero incluso el trabajo de los artistas que intentan abstraerse y crear al margen de la realidad que les rodea es un producto ideológico. Estoy convencida de que toda obra artística, al ser una mirada sobre el mundo, refleja una ideología. En cuanto a mí, me considero una escritora comprometida, incluso en el sentido equivocado del término, ya que reconozco explícitamente ese compromiso.

Respecto a mi último proyecto, la serie «Episodios de una guerra interminable» –en la que pretendo recorrer veinticinco años de la dictadura de Franco, de 1939 a 1964, desde el punto de vista de los resistentes, de los españoles que dijeron que no, que no se rindieron–, mi posición está alineada con esa frase de Brecht.

Y esto me lleva a lo que dijimos antes: la memoria no tiene que ver con el pasado. Yo no pretendo reescribir el pasado ni corregirlo ni iluminarlo. Lo que pretendo es presentar a un lector español una realidad que no conoce, contarle que hace muchos años en este país vivieron unos señores y unas señoras que se jugaron la vida para que los españoles de hoy tuviéramos derechos y libertades. No pretendo ajustar cuentas con el pasado, sino con el presente, y no miro hacia el pasado, sino hacia el futuro. Creo que eso es lo que se entiende por el compromiso del intelectual. Para mí un intelectual no debe ser nunca el gurú que señala con el dedo hacia dónde tiene que ir la gente; en las causas que apoyamos podemos funcionar como portavoz, amplificándolas desde los artículos que publicamos, los libros que escribimos, nuestras intervenciones públicas, etc., pero nunca al revés.

Respecto a si el arte tiene capacidad real para funcionar como un martillo sobre la realidad, pienso que los libros que nos gustan mucho nos cambian para siempre. Somos personas distintas antes y después de leer determinados libros, de ver determinadas películas, de experimentar determinadas sensaciones que nos obligan a replantearnos nuestra mirada sobre la realidad. Y en la medida en que puede incidir en la imagen individual del mundo de cada lector, de cada espectador, creo que el arte sí tiene esa capacidad de ser un martillo de la realidad; en principio no es una herramienta masiva, pero sí puede llegar a serlo si se consigue la suma de muchas experiencias individuales.

Valerio Rocco

Ahora que hablamos de artistas y escritores comprometidos, y también de españoles que se la jugaron, te pregunto de galdosiano a galdosiana: ¿qué Galdós crees que se ha recuperado y qué faceta del genial escritor canario faltaría por recuperar?

Almudena Grandes

Efectivamente, yo soy galdosiana; me defino así desde hace mucho tiempo. Galdós ha sido un escritor fundamental para mí. Mi idea de este país y mi mirada sobre él tienen mucho que ver con Galdós. Para empezar, porque fundó una manera de mirar a España. Es el otro gran narrador de la literatura española de todos los tiempos, un maestro de la narrativa del que yo he aprendido muchísimo. Concretamente en los Episodios nacionales, nos enseñó a contar la historia desde abajo, nos enseñó que la vida privada de las personas corrientes, de las personas pequeñas, sirve para contar la historia pública de las naciones. Y, como decía antes, fundó una manera de mirar España, una mirada escéptica, permanentemente preocupada, pero cargada de amor y de fe en el pueblo español, en los pequeños individuos que padecían, y siguen padeciendo, las decisiones que toman los poderosos. Además de ser un maestro de la narrativa, Galdós es el fundador de muchas cosas: para empezar, de la ciudad en la que estamos. Y estoy satisfecha porque, aunque muchas veces los centenarios se quedan en nada, en un par de artículos de periódico, este ha hecho bastante ruido.

Caricatura de Benito Pérez Galdós, por Joaquín Moya, publicada en la revista Madrid Cómico, en 1898

¿Qué creo que falta por reivindicar? Se ha empezado por reivindicar lo más obvio, que es su fortaleza como escritor, su calidad literaria, su influencia en la narrativa española, pero sería muy deseable que, más allá de abrir el mercado a los lectores de Galdós, algo que afortunadamente está pasando, este centenario sirviera para que los españoles nos acercáramos al siglo XIX, que es un siglo perpetuamente mal conocido en la historia de España, un eterno ausente sin el que no se puede entender el siglo XX.

Se debería aprovechar este homenaje a Galdós para homenajear a la tradición de los liberales españoles y reivindicar la tradición democrática de este país, que parece que no existe. Mucha gente cree que los demócratas en España surgieron como las setas después de la lluvia, tras la dictadura de 1931, y luego volvieron a surgir de la misma manera en 1975, pero es mentira. Hay toda una tradición democrática que reivindicar y Galdós es un punto de partida espléndido para hacerlo. Así se reivindicaría su posición política de escritor comprometidísimo –su compromiso le costó el premio Nobel y le valió una cantidad innumerable de ataques–. Y eso también sería un elemento fundamental para destruir esa imagen que se forjó en los años sesenta y setenta de Galdós como un escritor polvoriento, anquilosado, cochambroso, costumbrista, cuando realmente fue el referente progresista de la España del siglo XIX.

Valerio Rocco

Recuerdo la descripción que hace Galdós de la gran epidemia de cólera de 1834, de la que se responsabilizó a los jesuitas, en Un faccioso más y algunos frailes menos. Hay una frase magnífica que dice: «el mejor antídoto contra el mal es el valor y el desprecio del mal mismo». ¿Crees que la lectura de Galdós puede ser especialmente importante en plena pandemia del coronavirus? ¿Qué nos puede aportar?

Almudena Grandes

Los Episodios nacionales abordan muchísimas situaciones, encrucijadas y conflictos que tienen un espejo en el presente; aquellas viejas crisis nos sirven para comprender el presente. La crisis del coronavirus, que todavía no sabemos cuándo va a terminar, que es nueva y que no tiene que ver con nada de lo que hayamos vivido, puede parecer distinta y alejada de la que cuenta Galdós en Un faccioso más y algunos frailes menos. Pero, en general, toda la epopeya de los Episodios nacionales tiene una enseñanza que darnos. La idea de que lo mejor para combatir una epidemia es el valor y el desprecio del mal mismo puede aplicarse al papel que está representando la información en esta crisis; la cantidad de fake news, bulos y mentiras que pretenden aterrorizarnos, engañarnos o desmoralizarnos tienen que ver también con nuestro miedo. Cuanto menos miedo tengamos, más fuertes seremos frente a la amenaza de esos bulos. En este sentido, creo que sí podemos apreciar que el valor y el desprecio del miedo pueden ayudarnos, un desprecio del miedo que no tiene nada que ver con la dejación de responsabilidades o el hacer caso omiso a las recomendaciones sanitarias, por supuesto. Desde luego, recomiendo vivamente la lectura de los Episodios nacionales, una lectura fundamental para encontrar valor y sentido a lo que nos pasa, para descubrir que en España existió un patriotismo progresista fundado en valores que perseguían el progreso de la comunidad y para construir un modelo de España diferente.