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Más allá [y más acá] de géneros y generaciones

Conversación Ernesto Castro • Elizabeth Duval • Aitor Marcos Basagoiti

Ruth Montiel Arias, Bestiae, 2017-2018 © Ruth Montiel Arias

Ernesto Castro, profesor de filosofía y autor, entre otros libros, de El Trap. Filosofía millennial para la crisis en España (Errata Naturae, 2019) y la escritora Elizabeth Duval, aclamada y jovencísima autora de Reina (Caballo de Troya, 2020), debaten, guiados por las preguntas de Aitor Marcos Basagoiti –uno de los estudiantes organizadores del congreso Fugas, éxodos y rupturas–, sobre temas como el concepto de generación, el sufrimiento personal en la literatura del yo, la idea de autoría o algunas polémicas recientes en el seno del feminismo.

Aitor Marcos Basagoiti

Con esta charla lo que buscamos es cartografiar la relevancia de la estética y la ironía en el consumo de productos culturales y en la comunicación de lo político, como una primera aproximación que nos permita orientarnos acerca de las fuerzas de producción del capitalismo global y de nuestras condiciones de existencia reales, lo que sería el objetivo de una política cultural de izquierdas según Jameson. Comencemos hablando de generaciones: Ernesto nació en 1990 y es puramente milenial, mientras que Elizabeth, que nació en el año 2000 quizá se escape ya de esa etiqueta de la que me gustaría saber qué pensáis.

Ernesto Castro

La idea de generación es una idea que atraviesa toda la historia de la filosofía oriental y occidental, pero su concreción filosófica y sociológica más importante se da en España en la obra de Ortega y Gasset, que establece una distinción interesante entre los contemporáneos y los coetáneos. No todas las personas que viven en el mismo periodo y han nacido en la misma época son coetáneos, pues lo central no es tanto el rango de fechas, sino el compartir una cierta cultura o unos intereses, una serie de proyectos vitales, de horizontes de expectativas, etcétera. En una época global como la nuestra, podríamos pensar que todo el globo es coetáneo. Sin embargo, lo cierto es que sigue habiendo subculturas y no como supervivencias del pasado: de hecho, Internet no ha traído una cultura homogénea y global para todos, sino que ha supuesto la multiplicación de pequeños nichos cada vez más circunscritos; son lo que se conoce como las cámaras de eco de la red.

Sea como sea, la teoría de las generaciones debe ser complementada por una problematización del concepto de género que está en su raíz. De hecho, creo que puede haber generaciones distintas en función de los géneros de los que estemos hablando: cada género tiene su velocidad y sus ritmos, acelerados en el género de la tecnología, más lentos cuando se trata de géneros literarios, sexuales, biológicos…

En cuanto a los milenials, el término proviene de una teoría muy loca, elaborada por Neil Howe y William Strauss a partir de una visión mitológica y circular de la Historia, que dice que hay cuatro arquetipos en la historia de Estados Unidos: el héroe, el soldado, el profeta y el nómada. Según esa clasificación, los milenials serían los héroes, que serán sustituidos por los nómadas de la generación Z. Lo gracioso es que este intento de analizar la ideología o la personalidad de los milenials dio lugar a diagnósticos opuestos: antes de la emergencia de los smartphones y de la crisis de 2008 se decía que los milenials eran cooperativos, colectivistas, cariñosos, empáticos, próximos a sus padres… Después de la crisis económica y de la explosión de las redes sociales, se empezó a hablar de la generación del yo, del egotismo o de la falta de compromiso político, temas tan viejos como la filosofía o como el famoso texto de David Foster Wallace sobre la nueva sinceridad al que sin duda volveremos.

Mar Sáez, Gabriel, 2012-2018 © Mar Sáez
Elizabeth Duval

Hace poco recordaba un pasaje de Las leyes de Platón en el que se habla contra las novedades artísticas. Platón, que sentía predilección por el arte egipcio, escribe que si nos paramos a analizar las artes que están haciendo los jóvenes en Egipto descubriremos que, en realidad, tienen las mismas técnicas de hace mil años, no porque no haya progreso o cambio, sino porque es aquello que se aproxima a lo bello. Lo que quiero dar a entender con esto es que quizá esa teoría cíclica con cuatro arquetipos que se suceden en las generaciones de Estados Unidos no sea tan descabellada, porque lo cierto es que podemos encontrar algo muy similar a esta ciclicidad en la filosofía griega.

En cualquier caso, yo tengo una visión bastante cínica del concepto de generación porque, en multitud de ocasiones, se me ha catalogado como la primera voz de la Generación Z. Creo, pues, que la generación no tiene una función social distinta que ser llana y simplemente un instrumento de marketing para convertir a una persona o a un colectivo en una marca vendible y otorgarle un valor añadido dentro de lo que es el marco del sistema capitalista. Yo no me encuentro cómoda etiquetada dentro de esa Generación Z porque todavía no tiene rasgos definitorios, aún no está conformada. Si yo soy de la Generación Z es simplemente porque vengo un poco después de toda esta oleada de escritores que empiezan a despuntar en la década de 2010.

Aitor Marcos Basagoiti

A pesar de la creciente tematización e información sobre salud mental en el ámbito cultural, es más probable que un joven consiga aliviar su ansiedad creando y compartiendo memes en Internet que accediendo a un tratamiento psicológico en la sanidad pública. ¿Debería ser la salud mental uno de los ejes de la reactivación del discurso político de izquierdas? ¿Consideráis la salud mental y su privatización un pathos artístico a explotar ideológicamente?

Ernesto Castro

El problema de la salud mental no es meramente mental, es un problema social, de salud pública, de sociofobia, que decía César Rendueles, y se debe tratar con mecanismos públicos y sociales. En mi opinión, el problema de la salud mental tiene que ver con la soledad mediada tecnológicamente y con todos los efectos que ello genera: la ansiedad, la depresión, etcétera. El discurso de la nueva sinceridad de David Foster Wallace que he citado antes es el que se suele ofrecer como alternativa a la ironía. E Unibus Pluram es el título de ese famoso texto, una inversión del lema de Estados Unidos E pluribus unum [De lo plural, lo uno], un lema federalista que habla de la unidad de Estados Unidos a pesar de su división en estados federados. Lo que viene a sostener Foster Wallace mediante esa inversión es que, si tradicionalmente los estados son la unión de lo múltiple, hoy en día el sujeto posmoderno es lo uno que se multiplica; es decir, que hay una identidad que se fragmenta y se diferencia en múltiples añicos. A Foster Wallace le interesaba mucho el mal surgido de ese desorden y ese caos, y por eso le gustaba tanto David Lynch, en cuya obra se abordan diversas cuestiones morales sin el punto de vista de la culpa, la responsabilidad o la decisión. En sus películas el malo no es un monstruo y los crímenes que se cometen suelen estar asociados a la volatilidad de la identidad.
El discurso de la nueva sinceridad que plantea Foster Wallace es relativamente de derechas –Foster Wallace tenía cierta simpatía hacia el partido republicano y entendía la nueva sinceridad como una superación de la ideología de la espontaneidad y de la emancipación del 68–. En ese sentido, y por establecer un paralelismo entre dos autores que despuntan en la misma época, Foster Wallace está más cerca de Michel Houllebecq de lo que pensamos.

¿A qué se refiere Foster Wallace con la nueva sinceridad? Él cree que existen una serie de instituciones que permiten salir de la trampa de la ironía, de ese momento en el que eres consciente de que no te gusta lo que haces y, sin embargo, lo sigues haciendo, pero distanciándote de tus propios actos por medio de un discurso paródico. Foster Wallace creía en instituciones tipo Alcohólicos Anónimos o en entidades o clubes deportivo. También César Rendueles, cuando planteaba cómo gestionar la cultura en los orígenes de Podemos, defendía el deporte como modelo para la cultura, al ser un ámbito en el que se da cierta armonía o concordancia entre la competición y la cooperación.

Pero volviendo a la pregunta, creo que el discurso de la salud mental se puede recuperar para la izquierda, aun teniendo en cuenta el problema fundamental del amoralismo histórico de la izquierda. Para Marx el capitalismo es autodestructivo pero no es injusto, porque construye su propio discurso ideológico –el utilitarismo, el funcionalismo, el pragmatismo– que, desde cierta lógica, convierte en justo lo que sucede en el mercado. Un amoralismo que, a partir de los años sesenta, se ha complementado con una especie de freudismo expresivo bajo la forma de la espontaneidad: sé tú mismo, llega a ser el que eres, libérate de las clases opresoras, de los prejuicios de género, etcétera. Naturalmente, el problema es que ese discurso no es capaz de dar cuenta de que el sufrimiento es una condición humana universal, algo que sí han entendido las religiones, construidas a partir de la evidencia de que todo el mundo sufre en mayor o menor medida. Por eso la derecha, que ha hegemonizado el ámbito religioso, tiene ahí una gran ventaja frente a la izquierda.

Jon Gorospe, Polished Cities, 2019-2020 © Jon Gorospe
Elizabeth Duval

Yo no estoy muy de acuerdo con esa noción del amoralismo histórico de la izquierda heredado de Marx del que habla Ernesto. Basta con recordar esa acusación tan común que se dirige a la izquierda de superioridad moral, algo que han analizado diversos ensayos, con mayor o menor tino, y que sería incompatible con esa idea de amoralismo. Además, creo que gran parte de la izquierda, al menos la de inclinación socialista, tiene un fuerte componente de herencia del catolicismo, con todo lo que ello conlleva en cuanto a moralidad.

En cuanto a la posibilidad de reconciliación desde la izquierda con el concepto de salud mental, yo creo que es algo que ya está en marcha. La conciencia del sufrimiento es una parte muy potente del discurso de la izquierda. Y ya que Ernesto mencionaba a Michel Houellebecq, me gustaría recordar lo que plantea en sus novelas, sobre todo en la primera: Ampliación del campo de batalla. Y es la idea de cómo el neoliberalismo, con el avance del libre mercado, ha traído consigo un libre mercado sexual en el que también hay ganadores y perdedores, a imagen y semejanza del mercado laboral o económico. El protagonista de esa novela de Houllebecq se define como ganador dentro de la escala del capitalismo y como perdedor en la escala sexual, porque no consigue tener acceso a una mujer «a la altura» de su deseo, lo cual también causa sufrimiento –aunque sea un sufrimiento subjetivo, ya que parte de la hipótesis de que ese hombre tiene derecho al cuerpo de las mujeres–. Diría que, en general, en la literatura de los últimos años el discurso del sufrimiento está muy presente. Y lo digo muy a mi pesar porque a mí me gusta mucho más la literatura del placer. El tema de la «happycracia» lo problematiza Ana Pachecho en Listas, guapas, limpias (2019), una novela muy ligada a la literatura del yo, de la hipersubjetividad, donde el sufrimiento no es ni siquiera el sufrimiento propio, sino el de sus padres, pertenecientes a una clase media empobrecida. En una parte de la literatura actual hay una estetización del sufrimiento, se está creando literatura a partir de ese dolor, romantizando no solo las condiciones de vida de la clase obrera, sino incluso su sufrimiento. La novela de Pacheco encierra también ese sentimiento de raíz tan cristiana por el cual este valle de lágrimas nos hace sentir que merecemos una vida mejor. Algo parecido puede apreciarse en Panza de burro, de Andrea Abreu y, en general, en muchas de las novelas milenials exitosas. Hay un panorama de literatura del sufrimiento, del dolor, que es la que más vende, en la que a los milenials les encanta ser autocompasivos y vivir con esa culpa de clase media frustrada en parte por ese sentimiento de que otrora fuimos más proletarios…

Una de las cosas que más me enfadaron durante la promoción de Reina fue que algunos lectores me decían que esperaban que contase lo mucho que había sufrido por ser trans y que se decepcionaron al no encontrarlo. Y pienso que esto se debe a que la salud mental y el sufrimiento difícilmente podrían estar más presentes, en tanto que material de explotación artística en la literatura y también en tanto que cuestión ideológica para la izquierda.

Aitor Marcos Basagoiti

Cristina Morales, Premio Nacional de Narrativa, aboga por una desmitificación de la figura del autor como ungido por la clarividencia y cercano a la verdad, e invita a ironizar sobre el acto de la escritura como algo sagrado de búsqueda de la verdad. ¿Los discursos sobre la superación de las nociones de autoría ilustrada tienen un alcance transformador en la manera de consumir cultura? ¿Qué potencial material podría tener este discurso?

Ernesto Castro

Sobre el tema de la muerte del autor se lleva hablando toda la vida, pero yo diría que en estos momentos no hay una muerte del autor sino una reafirmación, con la sustitución de la reseña por la entrevista. El autor está más vivo que nunca, diría incluso que hay un fetichismo del autor, que se ve muy bien en la emergencia de los streamers, que viven del culto a la personalidad. Creo que incluso aquellas autoras que quieren deconstruir la idea del autor lo que han hecho ha sido rehabilitar la idea del personaje. Es lo que ha sucedido con Lectura fácil, de Cristina Morales, por ejemplo.

Elizabeth Duval

Creo que esa capacidad del mercado para construir personajes o marcas no tiene ningún potencial material, y Reina es un buen ejemplo: no tiene pretensiones de cambiar nada del mercado editorial, critica desde la literatura del yo la literatura del yo y, en ese sentido, es un fracaso porque no va a conseguir nada. De todos modos, los libros no sirven para nada, nadie lee.

Aitor Marcos Basagoiti

La absorción mercantil de la producción cultural conlleva la creación de extensos nichos de mercado en los que proliferan productos contraculturales o subversivos, al menos en sus pretensiones. En un artículo publicado en Vice, Elizabeth se posicionaba frente a esta absorción en nichos de mercado de las narrativas queer, defendiendo que las voces queer debían superar esos nichos que restringen su alcance y asaltar el canon narrativo universal. ¿Pensáis que evitar los nichos de mercado que utilicen el valor estetizante de sentimientos identitarios de minorías debe ser parte de la política cultural de izquierdas? ¿Nuestro objetivo ha de ser cambiar las pautas de consumo cultural o simplemente valernos de ellas y dejar que nos llamen «el filósofo del trap» y «la poeta transactivista»?

Elizabeth Duval

No sé cuánto hay de fantasía de elección y cuánto de elección real. Yo me paso día tras día contestando en entrevistas que no me dedico al activismo, pidiendo que, por favor, dejen de preguntarme por estas cosas, pero es evidente que no van a parar jamás. Así pues, si tienes una oportunidad de conseguir colar un determinado discurso, de obtener cierta influencia, especialmente en las condiciones en las que estamos, no te queda otra que aprovecharla. Por lo demás, creo que no hay que culpar al consumidor de lo que consume ni pedirle que no consuma productos que se sumen a lógicas identitarias o que evite consumir productos encajados en el nicho de lo queer, porque son productos que pueden estar muy bien. El cambio individual del consumo –y más aún en el caso del consumo editorial, que me parece poco importante– no conduce al cambio social.

Bernardita Morello, Roma, 2017-2020 © Bernardita Morello
Ernesto Castro

Yo diría que sin prejuicios no hay juicios. Si no te prejuzgan y establecen una serie de esquemas sobre quién puedes ser, nunca te van a llegar a conocer. De hecho, creo que en el espacio que hay entre el prejuicio y el juicio es donde uno puede crearse una opinión propia. Personalmente, yo no he huido del prejuicio, sino que he intentado jugar con él. Siempre he buscado lo inverso a lo mainstream, ¿y qué es lo mainstream hoy? Tratar un tema serio frívolamente, mezclando alta y baja cultura.

Respecto a los nichos de mercado, en la actualidad las redes sociales han sustituido todos los productos culturales. No sirven como cadena de transmisión de esos productos, sino que son ellas mismas el producto cultural que se consume. De ahí lo absurdo de buscar promoción en las redes sociales cuando esa promoción se va a convertir en el objeto promocionado. Cristina Morales va a ser recordada por las declaraciones sobre la quema de contenedores en Barcelona, no por su libro. Y a mí se me recordará por la polémica con Yung Beef, pero no por lo que digo en el libro [El trapero Yung Beef denunció a la editorial Errata Naturae por la ilustración que aparecía en la cubierta del libro de Ernesto Castro, El Trap. Filosofía millennial para la crisis en España]. Es inevitable que te encajonen y forma parte de tu libre arbitrio el sentirte más o menos cómodo con la categoría que te han asignado. Los discursos a los que me opongo con más vehemencia son los de la plena identificación y el pleno rechazo. Y creo que lo que alimenta el prejuicio es esa resistencia constante a ser categorizado. Por lo demás, es inevitable emerger desde un contexto local o de nicho para, a partir de ahí, saltar a lo universal. Me parece importante recuperar un discurso ilustrado, genérico, universal, que no se dirija solo a los nuestros, pero siempre desde una posición propia.

Aitor Marcos Basagoiti

Hablemos de los debates sobre feminismo: en España se ha producido una polarización entre las vertientes feministas radicales y las que abogan por la performativización de género. ¿Peca el feminismo radical de un extremado moralismo en cuanto a las formas de comunicación estetizantes? ¿La exigencia de claridad en el discurso feminista se debe considerar una cuestión generacional o debe el feminismo performativo sentirse apelado en la elaboración de un discurso más claro y menos estetizable, con menos neologismos, más adaptable al discurso de los derechos?

Elizabeth Duval

Lo primero, no creo que exista un feminismo performativo. Lo segundo, creo que es equivocado categorizar al feminismo radical como necesariamente transexcluyente. En el ensayo Después de lo trans. Disputaciones y disquisiciones desde la apatía, que publicará La Caja Books el próximo mes de marzo, trato este tema y dedico unas páginas a dialogar con ese feminismo filosófico que, supuestamente, es el sustento teórico de buena parte del feminismo radical que campa en una red social como Twitter: Celia Amorós, Amelia Valcárcel, Ana de Miguel, Luisa Posada Kubissa… Ana de Miguel, por ejemplo, entendiendo mal la noción de lo performativo, escribe: «En esta cuestión tenemos un desacuerdo profundo con las corrientes del feminismo que mantienen que al sistema de poder patriarcal se le desafía cambiando la forma de vestir, la forma de peinarse, cualquier elemento relacionado con lo que denominan performance: la reiterada representación gestual de ser una mujer». Este error procede de una equivocación entre lo que es performativo y lo que es performático como derivado de performance, algo que Judith Butler intenta aclarar constantemente, insistiendo en que no puede leerse El género en disputa o Cuerpos que importan como si estuviera confundiendo lo performativo con lo drag. De hecho, se ha arrepentido de haber utilizado lo drag como ejemplo, porque es lo que ha propiciado de algún modo este error. Para Butler, el género es performativo porque construye la misma realidad que representa cada vez que participa de él a través de una iteración.

Por su parte, Luisa Posada Kubissa escribe que «aun aceptando que nadie nace con una identidad dada que determine sus necesidades y que, por tanto, toda identidad está marcada por el contexto, la posición y el poder, cabe plantear una política feminista que, aliada con otros movimientos sociales, mantenga sus señas de identidad en torno a una identidad estratégica ‘mujeres’». Y en relación a la abolición del género –que parece ser la otra enorme discrepancia que tienen algunas feministas radicales con lo queer–, Amelia Valcárcel, la principal referente teórica para el feminismo transexcluyente, sostiene: «Imaginemos un mundo en el que ser varón o ser mujer solo es pertinente en el orden reproductivo. Eso es posible pensarlo. Pero ese no es el problema sino este otro: la teoría feminista debe renunciar no solo a este par sino a las enantiologías en general […] porque la raíz de la distinción por pares es la propia distinción de los sexos. Aquí se plantea la última cuestión filosófica: ¿la máquina de pensar es capaz de hacer algo si no funciona con pares de opuestos? Me parece que no». En suma, el feminismo filosófico, que supuestamente sirve de sustento teórico para el feminismo radical transexcluyente de las redes, se articula en torno a una idea de «mujer» en tanto que identidad estratégica, admitiendo que no se nace con esa identidad innata y conservando buena parte de la noción de relacionalidad propuesta por Butler. Además, se considera la abolición del género como una posibilidad harto improbable a causa de la total impronta del orden dual en el lenguaje. Y se percibe violencia incluso en la propia interrogación por el género. En definitiva, al final, en un giro irónico de los acontecimientos, es el propio feminismo filosófico el que va a resultar transfeminista y posmoqueer. Lo demás son muñecos de paja. Todo esto revela que esta cuestión no va de feminismo radical contra feminismo performativo, sino de una pugna generacional por el poder y la hegemonía en el feminismo entre el PSOE y Podemos, encarnizada después de la llegada de Irene Montero al Ministerio de Igualdad.

Ernesto Castro

En la cuestión del feminismo se concede mucha importancia al discurso, al género, pero yo, como buen materialista que soy, pienso que se pueden analizar las sucesivas oleadas del feminismo o del protofeminismo atendiendo a las transformaciones y modulaciones del concepto de familia. Familia viene del latín famulus, que significa esclavo, y tiene la misma raíz etimológica del hambre. La familia son básicamente las bocas que uno tiene que alimentar. Con el capitalismo y la llegada de la familia nuclear, se produce la disolución de esa familia extensa gracias a dos realidades fundamentalmente tecnológicas: por un lado los electrodomésticos, que aligeran bastante el trabajo reproductivo, y las dos guerras mundiales, que obligan a incorporar a la mujer al mercado de trabajo, y por otro lado la píldora anticonceptiva junto con los demás procedimientos de control de natalidad. Esto es lo que desarticula la idea de familia tradicional, al tiempo que desvincula por completo el sexo de la reproducción y produce todos estos debates acerca de la idea de género. A partir de ahí, creo que el debate entre el transfeminismo y el feminismo radical transexcluyente tiene que ver con la importancia o no de la sexualidad o de los atributos sexuales vinculados con la reproducción en el mundo actual. La vinculación de la opresión de la mujer con la capacidad reproductiva es un asunto que parece haberse quedado ya desfasado, del que apenas se habla y, sin embargo, creo que es central. Y pienso que con este enfoque más general se puede pasar un poco por encima de ese barullo discursivo, terminológico e ideológico que a veces tiene algo de pelea de sofistas.

Elizabeth Duval

No quiero convertir esto en un debate sobre el género, pero no creo que el sustento de esa parte del feminismo radical transexcluyente esté ligado a la capacidad reproductiva. Lo que tú mencionas tiene una importancia histórica y seguramente pueda explicar el origen del debate e incluso sea una condición necesaria para que ese debate esté vivo en la actualidad, pero no creo que sea ahora mismo un punto central porque deja de lado la componente política que, insisto, a mi juicio es la principal. Creo que todo esto tiene mucho que ver con las posiciones institucionales cercanas al PSOE que ha asumido el feminismo filosófico, y con la vinculación con la teoría queer o el transfeminismo de la izquierda alternativa que está más a la izquierda del PSOE, que por primera vez ha asumido cargos en el feminismo institucional.