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«Incluso en la no ficción, se quiere decir algo sobre uno mismo»

Conversación con Leila Guerriero

Fidel Moreno
Fotografía Miguel Balbuena

La periodista, escritora y editora argentina Leila Guerriero (Junín, 1967) clausuró las sesiones de escritura y narrativa coordinadas por Fidel Moreno en Sur, Escuela de Profesiones Artísticas. Guerriero, una de las más destacadas periodistas latinoamericanas, es exponente de la denominada Nueva Crónica Latinoamericana y firma asidua de revistas clave del periodismo narrativo como Gatopardo, donde es editora para América Latina, Paula (Chile) o El malpensante (Colombia). Además de ser editora de algunas de las más reseñables antologías de crónica contemporánea, sus propias recopilaciones de perfiles y reportajes, como Frutos extraños (Alfaguara, 2012) o Zona de obras (Círculo de Tiza, 2016), son ya referentes dentro del género. Sus textos de largo aliento, como Los suicidas del fin del mundo (Tusquets, 2006) o Una historia sencilla (Anagrama, 2013), van un paso más allá de las limitaciones de extensión que impone el periodismo escrito. La autora compartió con Fidel Moreno un interesante debate acerca de la realidad y la ficción, donde desgranó también claves de su proceso creativo y la concepción de su oficio.

Todo empezó con (como) una historia de ficción

Yo entré en el periodismo un poco por la ventana. Siempre quise ser escritora. Leía mucho, desde historietas hasta Ray Bradbury, pasando por Horacio Quiroga o todo Edgar Allan Poe. El siguiente paso fue empezar a escribir cuentos. En la Argentina no hay una formación de escritor como tal, en la carrera de Letras se forma uno más como crítico o como investigador, y a mí las dos cosas me daban cierto olor a naftalina, con todo el respeto por los críticos, ya que consumo crítica literaria e investigación académica, pero no me gusta hacerla. Tenía la intuición de que mi vida no iba a ser una vida de profesora, me gusta dar clases, pero no hacerlo a diario. Estudié Turismo mientras seguía escribiendo: cuentos y relatos sobre todo, sin saber dónde poner esa libido de la escritura, es decir, poniéndola en los textos. Yo quería publicar y vivir de ello, no me veía escribiendo en mis ratos libres mientras trabajaba vendiendo pasajes aéreos, pero la profesión periodística no había entrado en mi radar. Provengo de la clase media-alta argentina, bastante ilustrada pero donde nadie tenía la menor idea de qué consejo darme para poder ganarme la vida siendo escritora. Al terminar la carrera estábamos en los primeros años 90, yo tenía 19 o 20 años. Había escrito un relato corto que se llamaba Ruta cero, una especie de monólogo interior muy oscuro. Me fui a Página/12, que era el diario en el que todos los que leíamos en ese momento queríamos escribir. Un diario estupendo dirigido por Jorge Lanata donde escribían todos los autores que a mí me encantaban: Rodrigo Fresán, Juan Forn y, en ocasiones, hasta próceres como Juan Gelman. Yo, que no conocía a nadie allí ni tenía ningún contacto con el ámbito periodístico, le dejé al recepcionista un sobre con mi relato y mi nombre, pero sin mi teléfono ni mi dirección, y me volví a mi pueblo, Junín, que queda a 200 kilómetros de Buenos Aires. Tres o cuatro días después, me despierta mi padre y me muestra mi relato publicado en Página/12, con mi nombre, título y toda la historia sin una coma cambiada. Llamé por teléfono al diario, me atendió el mismo señor de la recepción y me pasó con Lanata, que me andaba buscando. «De dónde saliste», me dijo. «Es la primera vez que publico algo de alguien que no conozco de nada». Hice mi maleta ese mismo día y me fui a Buenos Aires. Me preguntó si había escrito algo más y yo le dije que había escrito una novela. Me volví a mi pueblo y cuando tuve 100 páginas se las envié. Unos meses después me llamó para ofrecerme trabajo de redactora en Página/30, la revista mensual de Página/12, dirigida en su momento por Martín Caparrós. A los dos días estaba trabajando en la redacción, sin tener siquiera grabadora, sin haber hecho una entrevista en mi vida. Pasé por el despacho de Lanata, quien me dijo que a partir de ahí me iba a tener que defender como pudiera. «Las puertas que no se abran tendrás que tumbarlas a patadas», me dijo. Sabía que en la redacción iba a ser mirada con sospecha, nadie sabía de dónde había salido ni cómo escribía. Así que, desde la primera nota que me encargaron, me inventé toda una manera de elaborar que sigo manteniendo hasta ahora. Nunca más volví a escribir ficción. Encontré tanto que decir acerca de la realidad que aquella otra pulsión se evaporó. Lo que me hizo ser periodista, fue eso, la realidad. Ah, y comprarme una grabadora.

La fórmula Guerriero

Mi primer editor me animó a que, además de empaparme en datos y tomar declaraciones, viera películas o leyera libros de ficción relacionados con el tema propuesto. Por ejemplo, para ese primer texto tenía que abordar la cuestión del tráfico en Buenos Aires y él me animó a leer Crash, de J.G. Ballard, con el fin de tomarle el pulso al tono. Ahí se me abrieron todos los mundos posibles, porque me di cuenta de que podía hacer nexos muy potentes, no hacer ficción pero sí buscar recursos narrativos como en la ficción. Después surgió la cuestión del archivo. Entendí que lo que había que hacer básicamente era recoger material bibliográfico y de hemeroteca para después ponerlo a hablar con la realidad. A partir de esa investigación previa, ese material me iba a despertar una curiosidad que a su vez dispararía preguntas para entrevistar a la gente implicada. En mi caso, el reporteo fuerte, duro, exhaustivo, con mucha base informativa, convive siempre con lo imaginativo, en términos narrativos. Por ejemplo, si uno va a entrevistar para un perfil al matarife más importante de la Argentina (y cuento esto porque me pasó), y el tipo vive en un lugar que se llama La Matanza, ese nexo va a despertar una metanarrativa interesante. Este enfoque abierto te ofrece un abanico amplio, te anima a contrastar unos datos reales previos sin caer en la inercia de ir a la realidad solo a confirmar un prejuicio. La transcripción de todas estas entrevistas y la relectura de todo el material de archivo conforma una primera selección: releo este material subrayando lo que me parece relevante y tachando lo que en absoluto lo es. Y finalmente llega el proceso de escritura, que nunca empiezo sin tener la frase de arranque muy clara y la idea del primer párrafo, que es como tener un leño muy fuerte en medio de la tormenta. Esto es lo que me funciona a mí. Muchos y muy buenos periodistas lo hacen de otra manera, por ejemplo, empiezan a escribir mientras van reporteando, lo cual a mí me parece siempre peligroso, porque teniendo muy avanzada la escritura, la realidad puede empeñarse en venir a cambiarte la estructura. Además, como yo no soy periodista de formación, mi método está muy sobreactuado, necesito investigar muchísimo antes de sentarme escribir. Luego siempre acabo con un 60% de lo investigado fuera del texto, pero me hace sentir muy insegura tener poco material.

La urgencia del periodismo y el tempo del periodismo narrativo

El tiempo de elaboración y de entrega no sigue una fórmula fija. A veces he tenido que hacer perfiles en dos semanas para Babelia, por ejemplo, de Ricardo Piglia o Lucrecia Martel, a partir de una sola entrevista larga, de tres o cuatro horas. Era la primera vez que los veía a ambos pero sí conocía mucho su obra. De Piglia releí todo lo que pude abarcar, además de entrevistas recientes y estudios académicos. Todo ello para evitar caer en el peor veneno de un periodista: preguntar desde la candidez. Por ejemplo, si yo le pregunto a un maestro como Piglia si escribió cuentos, quedo en una posición muy desarmada; es imprescindible estar muy bien informado, aunque se trate de entrevistas cortas y tengas que resolverlo todo de una semana para otra. Un caso opuesto: el perfil que hice del artista plástico Guillermo Kuitca me llevó tres meses de visitas continuadas a su estudio. Kuitca es una persona muy poco accesible, es un tipo súper parco y muy tímido. Lograr ese acceso (lo conseguí a través de un amigo común) me permitió este tipo de trabajo, pero es muy dispar el tiempo que uno pasa con los distintos entrevistados, a veces por esta cuestión del acceso y otras porque el medio mismo te impone el deadline. Pero tampoco hay que pensar que se trata de una performance para ver cuánto más lento y largo puedo hacerlo. Cada situación, cada entrevistado, requiere de un tiempo y una mirada específica. A la hora de hacer un perfil hay gran parte de mi trabajo que no consiste en entrevistar a la persona sino en observarla hacer cosas en su vida cotidiana, encontrar los elementos de la realidad que me permitan mostrar cómo es el personaje a través de escenas y no de una sentencia que lo retrate de una manera burda o de un esquema pregunta-respuesta más dirigido.

Perfiles

Para mí esto es fundamental, que el perfil no sea una caricatura de la persona, ahí radica la diferencia entre hacer un trabajo más o menos bueno y un perfil muy malo, la misma diferencia que hay entre un retrato bien dibujado y una caricatura. En las caricaturas, y a mí me gustan mucho las caricaturas, se resaltan los rasgos más sobresalientes pero haciendo algo de mofa de esos rasgos. Cuando yo escribo sobre gente trato de no hacer eso, sobre todo, trato de que no me salga una persona rígida y sin matices: para mí eso lo convierte en un retrato poco interesante e irreal. Es importante mostrar la complejidad, que el retrato sea en sí mismo contradictorio. Para ello, trato de mirar abriendo mucho los ojos, estar como en situación de radar y escuchar muy abierta todo el tiempo, ver cómo dialogan las actitudes de esa persona, tratando siempre de no sacar conclusiones apresuradas para que sus rasgos no queden transformados precisamente en caricaturas. En esa posibilidad de observar esos pequeños detalles que humanizan de alguna forma a la gente, en el tomarse el trabajo de observarlos y ponerlos a jugar en el texto conjunto con todo el material de entrevistas, radica la diferencia. En la forma en que hagas las entrevistas también: yo no busco testimonios, ni busco confesiones u opiniones, hago siempre preguntas muy pequeñitas. En vez de qué opina el entrevistado del Arte Latinoamericano (ya llegaremos a eso en algún momento porque, por supuesto, me interesa saber también su versión), me interesa mucho más saber cómo fue su infancia, conocer su relación con su hermana o con su madre.

La inflación del yo en tiempos de redes sociales

El personaje público siempre existió, quizás con menos posibilidades de democratización que hoy día. Hoy en día cualquier persona con astucia y un poco de inteligencia narrativa puede montarse su personaje público, que a veces tiene mucho que ver con el personaje privado y otras menos, aunque sí creo que el periodismo no debería ser un espacio de denuncia de ese error de paralaje entre lo que la gente es públicamente y lo que es privadamente. Por ejemplo, en el caso de un perfil que hice de Rodolfo Fogwill, traté un poco de desmontar su personaje público, que era feroz, mordaz, hostil. Creo que la labor de cualquier buen perfilador es obligar al entrevistado, de una manera no confrontativa, a que te permita ver más allá. Otra manera de desmontar la leyenda es a través de lo que te puede contar un enorme abanico de personas que no son él o ella: sus enemigos, sus amigos, etc. Pero esos relatos públicos existían antes de la web y de esta especie de cosa «yoica» y autorreferencial de los días que corren. Estamos en un momento en el que la información va por otras vías, y sí que aquí el marco tecnológico genera formas de adecuación cultural diferente. Respecto al actual y constante uso de la primera persona, yo creo que todos los textos periodísticos, aunque estén en tercera persona, están escritos en primera persona, en términos de que es muy subjetivo todo, no arbitrario pero sí subjetivo. Por otro lado, un buen periodista sabe que no puede ir a la realidad solamente a confirmar una teoría, si vos tenés un buen reporte de hecho, no hay mucha posibilidad de ser arbitrario ni injusto salvo que seas muy mal periodista e insistas en volcar ese material forzando precisamente el punto de vista donde vos creés, que es lo que pasa con las fake news. También creo que en redes se juega una cosa más oscura que es el tema del morbo. Me parece que somos una sociedad muy ávida de la sensación de exposición narcisista y si eso existe, naturalmente, es porque existe al otro lado ese afán de consumir esa misma exhibición.

Dicho esto, la primera persona explícita a mí me parece como de la vieja escuela. Homero Alsina Thevenet, un excelente editor uruguayo con el que trabajé, te pasaba siempre unas «Instrucciones para periodistas modestos», y uno de los puntos era no escribir en primera persona excepto para contar una experiencia intransferible. Por eso a mí la tercera persona como desafío narrativo me resulta más difícil: transformar algo que estás viendo y poner una distancia. El tono y el estilo se juegan en la distancia que vos tenés con lo que están narrando; y a mí me interesan más los estilos que tienen mucha distancia con eso que narran que los estilos que están muy pegados a lo que estás narrando, por eso la tercera persona me gusta muchísimo. Me produce resquemor cómo muchos colegas apelan a la primera persona en textos casi moribundos en un intento de levantar esa especie de agonía con un comentario irónico-cínico-sarcástico, pensando que eso va a ser lo que va a despertar al lector.

El boom de las historias reales

Tengo la sensación de que a veces se quiere forzar un poquito el boom de las historias reales, me parece que no es tan impresionante, y no me refiero a libros de crónicas como puede ser Frutos extraños, que son textos de un alcance modesto que difícilmente van a ser best sellers. Pero sí es verdad que hay un interés renovado por el género, desde memoirs como El club de los mentirosos, de Mary Karr (ella fue en algún momento mujer de Foster Wallace), un libro autorreferencial que lleva vendidas no sé cuántas ediciones, y en una editorial chiquita como Errata Naturae. Pasó lo mismo el año pasado con Apegos feroces de Vivian Gornick, que tuvo muchísimo éxito también en una editorial chica como Sexto Piso, otro libro autorreferencial, una memoria de infancia. Uno ve que en las librerías ya no se hace tanto la distinción que antes encontrabas: en una mesa te ponían novelas y cuentos y por otro lado estaban estos libros de historias reales. ¡Antes tenías que ir a buscar los libros de no ficción al estante de antropología!

Vivimos en un mundo muy complejo y conflictivo, y algunos lectores demuestran una especie de avidez por tratar de entender qué pasado produjo este presente a través de líneas narrativas intrincadas, y para ello buscan la visión de autores equipados intelectualmente para decodificar este mundo complejo. Creo que también, frente a la proliferación de historias reales o auto-relatos en redes sociales como Instagram, Facebook o Twitter, el hecho de encontrar volúmenes publicados en papel sobre historias reales ayuda también a separar el trigo de la paja, gracias a autores que ponen el foco sobre algunas realidades puntuales y nos ayudan a hacernos un mapa de esas realidades, mapa que si lo hiciéramos por nosotros mismos tendríamos que estar siete años en la web, saltando de perfil de Twitter a publicaciones de Instagram o de Facebook.

Los desafíos de la no ficción

Pero incluso en la no ficción uno quiere decir algo de uno mismo, los temas que elijo seguramente pasan por ese filtro más o menos consciente de querer exponer un punto de vista acerca de algo. En la ficción empecé a sentir que no tenía nada para decir y en la no ficción, al contrario, básicamente siento que la realidad es en cierto sentido maravillosa, siempre me da la garantía de tener algo para contar. También noto que hay una diferencia enorme entre la escritura de ficción y la no ficción: yo puedo pasar catorce o quince horas por día escribiendo un texto, un escritor de ficción no puede hacer eso porque se le cae a pedazos el cerebro. La ficción es la absoluta carencia de límites, mientras que la realidad me da un lugar al cual aferrarme. Cuando encontré la no ficción encontré eso que es lo que mueve cualquier texto: tener algo para decir, algo desde el punto de vista político o social que te interesa decir. De todos modos, no creo que la no ficción sea un género superior a la ficción ni viceversa. Siempre he sentido que si he decidido ir a contar una historia es porque eso tenía un magnetismo que me convocaba muy poderosamente. Uno de los desafíos de la no ficción es no tender a transformar la realidad en algo épico cuando la realidad en sí misma no lo es, yo no creo haber sentido nunca eso de estar agrandando la historia de una persona o de un grupo de personas cuando, bien mirado, no tenía demasiada singularidad. Otro peligro del periodismo narrativo es el de caer en cierta afectación literaria. Digamos que cuando uno es muy efectista, ya no sensacionalista, puede acabar bordeando la cursilería y el exceso de recursos literarios. Yo lo que hago es trabajar mucho en los textos y tratar de dejarlos reposar unos días para después volver sobre ellos. Hay que evitar la sobreactuación del recurso, para que este no quede por delante de la historia que estás contando. Aprender a medir el recurso es una de las bases de un cronista con pericia. Entender que dentro del estilo de cada cual tiene que haber flexibilidad, aunque el estilo contenga la voz propia y eso es a lo que debamos aspirar.

ENCUENTRO CON LEILA GUERRIERO
17.05.18

PARTICIPANTES LEILA GUERRIERO • FIDEL MORENO
ORGANIZA ESCUELA SUR (FUNDADA POR CÍRCULO DE BELLAS ARTES Y LA FÁBRICA)
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