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En busca del desorden. Estrategias de diseño urbano para impugnar el orden dominante

Conversación Jaime Rodríguez Uriarte • Pablo Sendra • Richard Sennett

Obra de Gaya Green, 2021

El ensayista y profesor británico Richard Sennett clausuró la primera edición del Foro I+D+C con esta conversación en streaming con el arquitecto Pablo Sendra, moderada por Jaime Rodríguez Uriarte, editor en España de Diseñar el desorden: Experimentos y disrupciones en la ciudad (Alianza Editorial, 2020). Escrito a cuatro manos por Sennett y Sendra, el libro revisa y actualiza los planteamientos de diseño urbano que propuso hace cincuenta años Sennett en su libro Los usos del desorden: vida urbana e identidad personal (1970).

Jaime Rodríguez Uriarte

En 1970, Richard Sennett publicó el ensayo Los usos del desorden: vida urbana e identidad personal, en el cual planteaba la defensa de ciertas formas de desorden como vía de resistencia frente a órdenes impuestos que promovían una forma de experiencia de la vida urbana que coartaba la riqueza de la vida bulliciosa de las ciudades modernas. Es complicado traducir al castellano la palabra desorden, ya que el término en inglés –disorder– tiene un triple sentido: el de las enfermedades mentales, el desorden como ausencia de orden y el desorden como oposición o resistencia (lo que la ley califica como «desórdenes públicos»).

Basándose en esta búsqueda de las formas virtuosas del desorden, Pablo Sendra y Richard Sennett se reúnen en las páginas de Diseñar el desorden para revisar las tesis planteadas en 1970, unas propuestas que se constatan actuales pero que deben ser matizadas por las diferencias impuestas por el tiempo. Y vuelven a este libro en busca de estrategias para diseñar, crear y fomentar ese desorden. Porque Diseñar el desorden es, ante todo, una obra propositiva y política, utópica incluso, pero que considera lo utópico desde una concepción positiva como aquello que es posible; algo parecido a como lo definía Lefebvre: «Lo posible es aquello que está en la realidad y le da sentido». Conviene recordar que, en el imaginario popular, muchas veces asociamos el conocimiento a una cierta forma de imposición de orden. Pensamos que conocer es algo parecido a imponer o a encontrar un orden en la realidad, quizás a encontrar el orden oculto de la realidad.

Lo que los autores nos ofrecen en este libro es todo lo contrario: rescatar el desorden que ha quedado sepultado bajo un orden que quizás no sea más que una cierta forma de imposición. De modo que, al igual que podemos fabular sobre el origen de la biología e imaginar que, en un momento dado, alguien, ante un paisaje prístino y ordenado, decidió levantar una piedra y encontró una maraña bulliciosa y caótica de bichos, que no era otra cosa que vida, Sennett y Sendra levantan la pesada losa de hormigón en la que se han convertido muchas de nuestras ciudades para encontrar bajo ella, de nuevo, vida.

Me gustaría empezar lanzando una pregunta acerca de esta idea de desorden que vincula los dos libros y las continuidades y discontinuidades que hay entre ellos. ¿Por qué se pasa de señalar los usos del desorden a diseñarlo, a hacer un acto creativo? ¿Cuáles son los cambios que permiten este recorrido que se inició hace 50 años como un momento crítico y que ahora se transforma en un instante crítico y propositivo? ¿Por qué volver al desorden? ¿Qué implica pensar el desorden?

Richard Sennett

Cuando escribí ese primer libro, me di cuenta de que el desorden era un problema central en la cultura burguesa. En aquel momento, pensaba que la diversidad de experiencias podía poner en cuestión la autoformación burguesa, pero ha pasado mucho tiempo ya de eso. Una de las cosas que he hecho durante mi carrera es trabajar como consultor para las Naciones Unidas alrededor de diferentes problemas prácticos, y lo que ha aparecido una y otra vez en el trabajo que he hecho en diversas ciudades fuera del contexto occidental burgués es la imposición del nuevo orden económico sobre la vida de la gente.

Entre los problemas a los que se enfrenta la gente en su vida práctica está el de librarse de la imposición de un orden exterior. Así que, lo que empezó como una cuestión cultural se ha convertido en una cuestión práctica sobre cómo soltar este orden demasiado determinante; cómo puede la gente tener más propuestas que sugieran diferentes formas de desarrollo.

En este punto, me encontré con Pablo, que estaba pensando cómo crear una infraestructura en la ciudad que permitiera experimentar un debilitamiento de esta excesiva determinación. Esto es básicamente lo que trata nuestro libro: cómo crear las condiciones para que una ciudad se desarrolle de forma que permita más propuestas, más experimentaciones, menos ejecución de un plan maestro. Nos preguntamos cómo implicar a más gente en la creación de las formas de sus propias vidas. Este problema, que me parece de gran importancia en la actualidad, es la problemática central del libro. No estamos viendo más experimentos en las formas urbanas, lo que estamos viendo es una prevalencia intelectual de estas cuestiones.

Pablo Sendra

Leí Los usos del desorden en 2009, cuando era un estudiante de máster y tenía 25 años, la edad que tenía Richard cuando escribió el libro. Fue a finales de los años sesenta, un momento que coincidía con el de comienzos del siglo XXI, sobre todo, por dos cuestiones fundamentales. En primer lugar, por los movimientos sociales: encontré bastantes paralelismos entre lo que pasó en Mayo del 68 y lo que ocurrió a partir de 2011 con la Primavera Árabe, el 15-M y luego con Occupy Wall Street. Vi que se daban dos momentos muy concretos en la historia, separados por 50 años, en los que se ponía en crisis el capitalismo y se contestaba desde abajo. La segunda coincidencia era el orden que se imponía en las ciudades desde el urbanismo. En la década de 1960, el movimiento moderno impulsó una serie de esquemas que se vieron reflejados en las autopistas que cruzaban la ciudades y en otros desarrollos urbanos muy funcionales; ese era el tipo de orden que Richard criticaba en su libro, un orden que no permitía a las personas enfrentarse a la diferencia o experimentar experiencias no controladas y no esperadas. Yo veía paralelismos entre lo que ocurría en las ciudades en aquel momento y lo que se imponía en la década de 2010, sobre todo con la especulación inmobiliaria que había dado lugar a un tipo de ordenamiento que incluso se traducía en la demolición de viviendas sociales para la construcción de desarrollos privados. Existía una diferencia: el urbanismo de los sesenta y los setenta estaba impuesto por el Estado, con proyectos en su mayoría públicos. En cambio, en la década de 2010 los desarrollos los imponían el sector privado y los especuladores inmobiliarios.

Sobre el carácter propositivo del libro quiero mencionar dos cuestiones: la primera es que me dediqué a estudiar cómo los movimientos sociales respondían a estos órdenes impuestos a través del activismo, y la segunda, que empecé a pensar como arquitecto y estudiante de diseño urbano qué tipo de intervenciones de diseño urbano podrían hacerse en el espacio público, en la infraestructura social y comunitaria, para provocar encuentros inesperados. A partir de ahí fue cuando comencé a pensar, escribir y dibujar propuestas, que comenté con Richard cuando finalmente nos conocimos.

Jaime Rodríguez Uriarte

Me resulta particularmente interesante cómo todo esto lo recoges en una idea más bien poética, un oxímoron muy sugerente: «infraestructuras para el desorden». Este término casi produce una disonancia cognitiva, porque solemos asociar la infraestructura precisamente con algo monolítico. Ahora bien, tu lectura del libro de Sennett la materializas en propuestas concretas. ¿Puedes desarrollar esta idea de las «infraestructuras para el desorden» y contarnos qué tipo de propuestas las constituyen?

Pablo Sendra

Elegí la palabra infraestructura porque lo que una infraestructura hace es crear condiciones. La infraestructura urbana actual nos da posibilidades de tener acceso a diferentes facilidades, al igual que las infraestructuras sociales. Entendemos la infraestructura social como las redes personales y espaciales que facilitan el encuentro social urbano; el encuentro social en las ciudades también suscita posibilidades. Yo pensé la infraestructura para el desorden como un híbrido entre la infraestructura física de cables, de pavimentos, de mobiliario urbano y esa infraestructura social. Quería pensar cómo ambas pueden estar conectadas y crear condiciones para lo que Richard definía como «usos del desorden», que eran esas situaciones no planeadas que te hacen más tolerante a la diferencia, situaciones que propician el encuentro entre personas y que hacen que la gente negocie.

Uno de los procesos iniciales sobre el que propongo pensar es el que llamo «disrupciones iniciales en la infraestructura». Se refiere a cómo conseguir que la infraestructura se haga mucho más colectiva; es decir, cómo conseguir partir de una infraestructura existente para ponerle una capa colectiva, cómo acondicionar una infraestructura que haga que personas que nunca habían hablado entre ellas empiecen a interactuar. Sobre este tipo de propuestas desarrollo en el libro varios casos. Uno, por ejemplo, es el de las cooperativas de energía solar que han surgido en Londres. Con ayuda de una organización, un grupo de vecinos que solían tener poca interacción social entre ellos decidieron montar una cooperativa energética, por lo que tuvieron que empezar a deliberar acerca de cómo utilizarían esa energía, si el excedente les proporcionaba un beneficio económico, para qué lo emplearían, etc. Así se empieza a producir una infraestructura social y una red de relaciones sociales que parten de esa infraestructura física. A veces, puede ser una estructura tecnológica y otras una infraestructura social, como una cocina vecinal.

Obra de Alejandra Mora, 2021
Jaime Rodríguez Uriarte

Tengo la impresión de que estas infraestructuras no solo pueden ser formas de interactuar o de intervenir en la ciudad, sino que en sí mismas promueven un concepto distinto de la ciudad que puede generar, a su vez, un contexto de conocimiento. Me parece interesante pensar hasta qué punto estas infraestructuras son también fuentes de conocimiento. Por ejemplo, en el libro exponéis la necesidad de que haya un feedback continuo que mantenga estas infraestructuras activas, abiertas, desordenadas, en el sentido que estamos manejando.

Richard Sennett

La mejor manera de entenderlo es pensar en una analogía musical: la improvisación. Cuando un grupo de músicos improvisa, no se trata de un ejercicio libre en el que valga cualquier cosa, hay un conjunto de técnicas y de formas que configuran las reglas sobre las que se puede hacer un riff o cuándo se debe guardar silencio. Los improvisadores musicales trabajan con algunas normas, aunque se dediquen a subvertir otras. Así es la infraestructura musical, sin ella, sin estas reglas, no hay interacción.

Estamos proponiendo que los lugares sean justamente espacios de improvisación y de música. Es muy importante especificar algo: en inglés la palabra «disorder» no es lo mismo que la palabra «chaos». Lo que nosotros exploramos es el desorden. En el caos todo vale, es azar. Desordenar, en cambio, es un proceso de reconfiguración para que no haya una forma dominante y predecible que suprima las posibilidades latentes. Por eso, la palabra «infraestructura» es tan importante para nosotros, porque sin entender qué es posible, cuáles son las formas, no hay libertad.

Jaime Rodríguez Uriarte

Parece que hay una diferencia, no de concepto pero sí de perspectiva, entre lo que propones tú, Richard, y lo que propone Pablo. Cuando comentas el caso de las escuelas que construiste cuando trabajabas para la ONU, meditas sobre el papel de los activistas y el papel del planificador. ¿Hasta qué punto crees que ambas labores pueden cruzarse o deben mantenerse separadas? ¿Hasta qué punto podemos extraer conocimiento directamente del desorden? ¿Podemos obtener conclusiones sobre él estando inmersos o se requiere distancia?

Richard Sennett

No tengo una respuesta, pero sí un comentario. La única manera de que el trabajo de planificación sea democrático es que el planificador, en determinado momento, pueda desaparecer y que la gente de la comunidad pueda tomar sus propias decisiones. Todo plan tiene puntos buenos y malos, pero no hay una práctica ideal en la planificación; esta pertenece al orden dominante, no pertenece a la gente.

Una vez que pones a un lado la idea de que hay una práctica ideal, emerge la cuestión de cómo democratizar la planificación. La mayoría de la gente, sobre todo la gente pobre, no tiene la formación técnica que la planificación requiere, así que necesitan tener propuestas que puedan analizar y explorar, y esta es la función del planificador. Pero cuando la gente quiere hacer la comunidad por sí misma, entonces el planificador tiene que irse. En términos generales, se puede decir que es cierto que contrarrestar el desequilibrio de poder y generar formas democráticas de libertad depende de que las propuestas, en sí mismas, sean generadoras de conocimiento. La persona que crea la alternativa, al final, tiene que estar ausente para no privilegiar una solución sobre las demás. Así es como yo he trabajado, y creo que las propuestas que Pablo ha presentado son una manera de entender cómo este problema de la creación y la salida del planificador se puede gestionar en todo tipo de planificaciones urbanas.

Pablo Sendra

Trabajando en procesos participativos he tenido dos tipos de experiencias distintas que merece la pena diferenciar, aunque haya interacción entre ellas. La primera es cuando te llama una autoridad local, un ayuntamiento, por ejemplo, para llevar a cabo un proceso participativo para diseñar espacios públicos. Un caso que ejemplifica esta experiencia fue cuando el Ayuntamiento de Wimbledon nos encargó planificar un proceso de ecodiseño con las comunidades. Era algo parecido a lo que comentaba Richard, en el sentido de que mostramos una serie de posibilidades, desarrollamos talleres y acordamos un diseño con la comunidad. Cuando eso se termina, nosotros damos un paso atrás como arquitectos y como urbanistas y el ayuntamiento construye el espacio público.

Sin embargo, también hemos tenido una experiencia en Londres bastante diferente: a un grupo de vecinos y vecinas les querían demoler sus viviendas y acudieron a mí para hacer un plan alternativo. Esta experiencia es bastante interesante, sobre todo, porque se produce este intercambio de conocimiento y también esta infraestructura colectiva, en cuanto que se desarrollan una serie de talleres, reuniones y discusiones que van construyendo una sinergia entre los vecinos para proponerle al ayuntamiento un plan alternativo. En todo ese proceso, yo les acompaño como arquitecto y les hago un plan vecinal. Hace un año estuve involucrado en un proceso donde estuvimos acompañando a un grupo en negociaciones con el ayuntamiento y les propusimos un plan sobre el que teníamos evidencia científica y social de viabilidad económica. Ahí el arquitecto empieza a tener una función más híbrida: el plan que desarrolla con los vecinos es también un plan de activismo.

Hay muchas versiones diferentes de esta situación. Una muy interesante, que recogemos en el libro, en la que yo no estaba involucrado como arquitecto pero sí como usuario, es la de Gillett Square, una plaza en Dalston, Londres. Los arquitectos fueron varios, primero HawkinsBrown y luego MAD Architects. Cada uno propuso una infraestructura. La plaza comenzó a configurarse en un antiguo aparcamiento con la instalación de una serie de quioscos de alquileres muy bajos que tomaron varias comunidades afrocaribeñas. La gente comenzó a congregarse en los quioscos, lo que puso en evidencia la necesidad de hacer un espacio público. Entonces, se pavimentó una plaza y empezaron a surgir muchas otras cosas. Tiempo después llegaron otros arquitectos y pusieron unos containers en los que se guardaban diferentes infraestructuras: sistemas audiovisuales, mesas de ping pong, pérgolas de mercado, estructuras para cines de verano; todos estos son los elementos musicales que ha mencionado Richard. Esto va mucho más allá de la participación en reuniones vecinales, es un ejemplo de cómo se crean una serie de posibilidades que la gente puede utilizar libremente y que dan lugar a esa improvisación de la que habla Richard.

Jaime Rodríguez Uriarte

¿Hasta qué punto este tipo de intervenciones, que son respuestas a una pregunta que se plantea sobre la ciudad, no nos devuelven otras preguntas? ¿Cómo es que estos procesos deliberativos lo que hacen es poner en marcha otro proceso de constantes preguntas entre el espacio, los usuarios, los interventores y aquellos que observan, como los sociólogos y otros estudiosos de los fenómenos urbanos?

Richard Sennett

En términos generales, es lo que pasa con las estructuras montables y desmontables: la gente se las puede llevar y no queda huella. Lo que sucede en la historia del arte es que las improvisaciones que aparecen dejan una huella, no como forma, sino como un esqueleto. De alguna manera, se generan marcos que se transmiten entre diferentes músicos, que se impregnan y se reabsorben como un procedimiento tradicional. En el contexto urbano, esto explica por qué el entorno físico es tan importante: es un lugar en el que quedan huellas de las maneras de habitar. Aunque parezca algo obvio, lo señalo porque deberíamos imaginar una cultura urbana que está en un proceso infinito, que va, de generación en generación, improvisando todo el tiempo. A veces ese diálogo se constriñe por los objetos urbanos y tiene que haber puntos de conexión entre generaciones. Esto es evidente en la vivienda: muchas innovaciones en la vivienda que se incorporaron en las ciudades en el siglo XIX se convirtieron en algo problemático en el XX. Es el caso, por ejemplo, de los materiales. Por eso, es muy importante que analicemos el punto final del proceso de desorden. El objetivo es crear objetos de forma democrática, con la ayuda de gente como Pablo y como yo, que al final se convierten en puntos de referencia.

La idea de la ciudad como cultura urbana está sumida en una discusión incesante. Es, al mismo tiempo, poco realista y reduce, por decirlo así, la sostenibilidad de la propia cultura. Sabéis que soy un buen marxista, ese es mi sesgo y, en último término, creo que la cultura es material; la cultura son las infraestructuras materiales que se crean y que luego permiten ser convertidas en puntos de referencia para generar nueva cultura. Este es el tipo de esquema que seguimos en el libro: cómo se producen cosas, no ideas, en torno a las que la gente puede pensar.

Pablo Sendra

Uno de los ejemplos que ilustra esta pregunta sobre la generación de conocimiento, y que también enlaza con esta conexión con lo material de la que habla Richard, con esa importancia de los objetos y el apego y el conocimiento que la gente va generando con lo físico, es un caso que utilizo mucho en el libro: una autopista elevada de Londres, llamada Westway, que se empezó a construir a finales de los sesenta. La Westway suponía la imposición de un orden en la ciudad ante el cual los vecinos y artistas respondieron a través de acciones muy materiales: construyeron parques infantiles bajo de la autopista y empezaron a llevar a cabo otras acciones de construcción autónoma, de interacciones sociomateriales. Así, los diferentes actores locales consiguieron alcanzar un acuerdo con el Ayuntamiento de Londres para que todo el espacio bajo la autopista se destinara a uso comunitario. Años después, justo en ese barrio ocurrió la tragedia de la Grenfell Tower, una torre que se incendió muy rápidamente porque la fachada estaba cubierta por paneles inflamables; murieron 72 personas. Algunos activistas vecinales que recordaban lo que había pasado décadas antes ocuparon uno de estos espacios para convertirlo en un centro de donaciones. El recuerdo de lo que había ocurrido 50 años atrás sirvió para retomar este conocimiento local, y no solo el conocimiento, sino la acción de generar infraestructura física y social.

Jaime Rodríguez Uriarte

Estamos en el décimo aniversario del 15-M, que tuvo también esta pulsión que comentaba Richard de construir algo. Vimos cómo las acampadas acababan teniendo una cierta dimensión arquitectónica, aunque precaria. Sin embargo, diez años después todo acabó desapareciendo. ¿Qué memoria queda? ¿Cómo perviven esas huellas de las que hablaba Richard? ¿Cómo prevalece esa pulsión por construir? ¿Permanece en la labor de los movimientos de base, de los movimientos activistas?

Pablo Sendra

Uno de los legados principales del 15-M, que es una de las cuestiones que tratamos en el libro, es esa interacción entre las redes y el municipalismo. Esto puede ser debatible, pero sin el 15-M no hubiesen triunfado las iniciativas municipales que se dieron en Barcelona, en Madrid, en La Coruña o en Cádiz y que aún continúan en algunos de estos lugares. Pongo como ejemplo a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, de quien, por cierto, hablo bastante en el libro: una activista de la vivienda que llega al poder municipal y se enfrenta al reto de buscar maneras de construir instituciones abiertas, que se conecten directamente con las redes de activistas y con los movimientos vecinales, con todos los desafíos que eso puede conllevar.

Cuando hablo de redes y de municipalismo, hablo de cómo realmente la ciudad anárquica a la que se refería Richard en los años setenta se puede construir a través de iniciativas concretas, vecinales o comunitarias, que, aunque entre ellas son independientes y cada una tiene su forma de toma de decisiones, trabajan en red. Esas redes se conectan con el municipalismo, con un poder institucional que ayuda a redistribuir la riqueza y que asegura un cierto bienestar, pero que aprende continuamente de la base del movimiento.

Por volver a la infraestructura material y física, una de las cuestiones clave que proponemos en el libro es cómo se puede construir una infraestructura material colectiva –hablamos casi de una alfombra tecnológica– que es independiente de la municipal y tiene sus propias formas de distribuir la energía, los recursos, etc., pero que, en determinados puntos, se conecta con la municipalidad con el objetivo de intercambiar recursos con otras comunidades.

Richard Sennett

Un límite en el discurso de nuestras propuestas es que el potencial económico es mucho menor que el político. No creo que el tipo de pensamiento que estamos haciendo sea una manera de resolver la desigualdad económica. Desde mi punto de vista, la manera de abordar la desigualdad tiene que ser de arriba a abajo y no al revés. El desarrollo comunitario no va resolver los problemas de la dominación del capital sobre el trabajo. De ahí que sea importante entender que la acción comunitaria y la creación de cultura urbana abordan problemas de carácter político, pero no son transformadoras desde el punto de vista social.

Durante las décadas en las que estuve trabajando con las Naciones Unidas, observé que lo que hacíamos creaba enclaves en las ciudades, no las transformaba. Este tipo de construcciones comunitarias, más que convertirse en una inspiración para transformar las estructuras dominantes del capitalismo, crean una esfera de resistencia. Es importante reconocer este hecho. Nunca he creído que la transformación social empiece localmente, eso es una fantasía. La transformación social local sigue siendo local y esa es su virtud, pero es un dominio de resistencia, no un terreno de cambio revolucionario. Con mucha frecuencia, hemos sido poco modestos a la hora de pensar en lo poderosa que es una ciudad, porque en realidad no lo es tanto. Las cosas que Ada Colau ha hecho son maravillosas, pero España sigue siendo una sociedad capitalista. Es importante situar la batalla en la que estamos inmersos.

Jaime Rodríguez Uriarte

Al comienzo del libro, no sé si con una nota optimista o pesimista, tomas la imagen del París en el que vivió Benjamin Constant en la primera década del siglo XIX como ejemplo de cómo una sociedad traumatizada por los estigmas de la revolución, la guerra y el imperio napoleónico puede ser capaz de buscar y encontrar una forma de convivencia dentro de la diferencia, de la diversidad, de lo inesperado. Una forma de vida política que quizás esté abierta a la novedad.

Richard Sennett

Cuando estábamos escribiendo el libro, nos encontrábamos a mitad de la lesgislatura de Trump, y me preguntaba: ¿cómo sobrevivir en un lugar injusto y a qué nivel se sobrevive? Creo que la supervivencia puede pasar por crear un espacio a tu alrededor que esté lleno de posibilidades para ti y para la gente con la que convives, pero no en el plano de las políticas. En el plano de las políticas sociales, siendo realistas, esto es muy deprimente, porque estamos en una época en la que hay un impulso fascista muy fuerte. Ahora bien, sí pienso que en las ciudades podemos resistir ese impulso. Podemos hacer lo que hicieron Constant y su generación a comienzos del XIX: forjar espacios de resistencia en los que podamos tener unas vidas más plenas que la vida propuesta por el orden dominante. No me gustan los términos pesimista u optimista, tenemos que dar crédito a la voluntad de generar un espacio de resistencia, y este espacio tiene que ser urbano y estar lleno de diversidad. Construir físicamente en esos espacios un tipo de cultura similar a la que se construyó en París a inicios del siglo XIX. Un tipo de cultura que haga posible que se den diferentes maneras de vivir juntos; en definitiva, un espacio más musical, de improvisación.

Pablo Sendra

Una de las cuestiones que nos unen a Richard y a mí, como se ve en el libro, es que tratamos de proponer posibilidades y soluciones. No es un texto que se limite a criticar los males del capitalismo, sino que lanza propuestas urbanas concretas que tienen parte social, parte política y parte material. Eso es lo que nos unió: no quedarnos en la crítica, sino pensar en posibilidades, en lugares y situaciones donde han ocurrido dichas posibilidades, ya sea el París de Benjamin Constant, una plaza en el este de Londres o una autopista. No es una cuestión de pesimismo u optimismo, es pensar posibilidades, aunque muchas veces sean pequeñas, para impugnar las fuerzas dominantes.