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"La creatividad es vaciamiento"

Entrevista con Francisco Peñarrubia

David Coello
Fotografía Miguel Balbuena

Con motivo de la publicación de Las cuatro caras del héroe. Creatividad y simbología para viajeros del conocimiento (Arzalia Ediciones, 2021), nos encontramos con Francisco Peñarrubia, investigador, psicólogo, psicoterapeuta, director de CIPARH y de la Escuela Madrileña de Terapia Gestalt (EMTG), además de miembro de honor de la Asociación Española de Terapia Gestalt (AETG), para hablar sobre su trayectoria y su legado intelectual y también sobre algunas de las cuestiones que indaga su nuevo libro, como la importancia de los mitos en la educación y el proceso de autoconocimiento, la creatividad o la relevancia que tiene el fracaso en los procesos de aprendizaje.

En los últimos años has tenido una relación muy cercana con el CBA, especialmente en 2017, cuando celebrasteis en esta institución los 25 años de la Escuela Madrileña de Terapia Gestalt (EMTG). También aquí presentaste La relación hurtada. En busca del padre (Arzalia Ediciones, 2017). Tras un periodo de barbecho, la pasada primavera publicaste Las cuatro caras del héroe. Creatividad y simbología para viajeros del conocimiento.

Después de escribir un libro te quedas un tiempo algo desubicado, como si no supieras dónde estar. Yo quería escribir Las cuatro caras del héroe porque tengo la sensación de que mi legado queda, además de en los alumnos o colegas que he formado y que me sustituyen, en lo que escribo. Sentía que este trabajo, que es bastante personal y llevo haciéndolo desde los años ochenta, ha sido una labor nuclear, como si hubiera juntado lo que iba aprendiendo y lo que iba madurando internamente; es el lugar donde confluyen las cosas que me servían para experimentar asuntos que me estaban pasando y también para testarme y saber cómo me sentía. Así que tenía la necesidad dejarlo por escrito.

Me interesaba mucho recuperar la simbología. La Gestalt es una terapia del «aquí y ahora», de lo fenomenológico, de lo obvio. Por eso, me interesaba mucho retomar la parte simbólica, pensaba en los alumnos jóvenes que no la conocen, que no han leído a los clásicos. Ya había escrito sobre Gestalt en La vía del vacío fértil (Alianza Editorial, 1998) y en Círculo y Centro: el grupo gestáltico (La Llave, 2014), y sobre la relación del padre en La relación hurtada, así que me pregunté: ¿por qué no juntar en este nuevo libro todas las otras actividades creativas que estoy haciendo y que aún no he puesto en papel? El libro me deja con la sensación de que he cumplido mi compromiso con los aprendices, con los colegas y con la profesión.

Tiene cierta condición de legado, una palabra que lleva a pensar en el retiro, pero que tú explicas de otra manera.

Yo no me estoy retirando de la profesión, pero cada vez hago menos. En su día, dejé de acompañar procesos de terapia individual porque me di cuenta de que a mí lo que me gusta es enseñar. Me quedé solo con los grupos, los experimentales o creativos. Es verdad que en mi próxima etapa mi actividad como terapeuta y como formador ira reduciéndose. De ahí la sensación de legado, pero en el buen sentido, como algo que te libera y que te deja disponible para no se sabe qué, porque tampoco sé qué es lo que vendrá ahora para mí. Estuve releyendo La relación hurtada y me quedé sorprendido, porque al final escribo: «Como en los clásicos datos del viaje del héroe, el camino empieza por abandonar la casa del padre». Acabé ese libro hablando del viaje del héroe, pero también con mucha incertidumbre, así que, en ese sentido, me siento muy vivo.

Creo que para Las cuatro caras del héroe te sitúas en un cruce de caminos con muchos años de trabajo a tus espaldas, por lo que hay gran riqueza en cuanto a citas e influencias. También se lee de manera sencilla, lo que indica que la estructura es fruto de una maceración muy lenta.

Así ha sido. El trabajo de Las cuatro caras, como nombré a un grupo de creatividad en homenaje a Joseph Campbell, ha sido una especie de eje en el que coloqué lo que iba impartiendo y aprendiendo en mi trabajo interno, sobre todo a partir del encuentro con Claudio Naranjo, que me transformó internamente. Le debo mucho también a Michel Katzeff.

Mi sensación era la de haber dado con un cruce de caminos donde todo es posible, un cruce que te permite que vayas y vuelvas, que te deja entrar, salir y volver a entrar a sitios distintos. Me interesa que lo que cambie es el modo del viaje, no el viaje en cuestión. Hay gente que lo hace a través de la acción, de la plasmación, a través del intelecto o de lo espiritual; todos son viajes complementarios. Esto coincide con mi idea de la creatividad: todos somos creativos, no solo el artista reconocido al que reverencio y al que respeto porque vive de ello. Todos tenemos la capacidad de crear.

Es un giro al concepto de creatividad.

Yo uso el concepto de creatividad como la explicación de ese salto al vacío entre lo que no está hecho y lo que resulta. ¿Cómo se enfrenta el escritor a la hoja en blanco o el pintor al lienzo? ¿Cómo es el salto de cualquier persona que está haciendo un proceso de dejarse llevar? ¿Qué es la creatividad? Yo creo que es un proceso de vaciamiento. En la medida en que uno se va despojando de sus preconcepciones, está en mejores condiciones para soltar algo que le maravilla o le sorprende. Sorprenderse es fundamental en todo proceso creativo.

Eso incluye el concepto de misterio, que también está unido a lo que tú señalas en la comparativa de las religiones, o incluso más allá de las religiones, lo transpersonal.

Hay que hablar de misterio, permitir que la gente se vaya acercando y vaya descubriéndolo, aunque manteniendo siempre el respeto, un respeto fundamental para no desvelarlo. Es muy importante esto. Si supiéramos el destino del viaje, ya no merecería la pena. La incertidumbre y lo desconocido son condiciones de la creatividad que te disponen a estar abierto a lo imprevisto. Si ya sabes adónde vas, seguramente no vale la pena el viaje. Merece la pena la meta, pero el camino es el camino y eso solamente se sabe recorriéndolo, lo que pertenece al terreno de lo incierto.

Por eso, en Las cuatro caras estableces un entrelazamiento entre las mitologías griega y romana, las leyendas artúricas y bretonas, la psicología y los pensamientos de diferentes filósofos, músicos clásicos, románticos y contemporáneos.

En cuanto a las tradiciones, nombro la bíblica, la homérica y muchas más. También hablo de Moisés y de Ulises, que están en la base de nuestra cultura. Moisés es un buen representante, me es muy útil su presencia para ilustrar una parte del trabajo del agricultor y, sobre todo, porque era una forma de recuperar mitos de nuestra cultura. Además, una cosa que me apena mucho es que los jóvenes no conozcan a estos personajes. Quizá saben quién es Ulises de oídas, pero no saben quién es Gilgamesh. Hay un gran desconocimiento de todos estos personajes, de estas ideas y tradiciones que están en la base de nuestra cultura.

He recuperado las historias más sugestivas: Moisés, o la epopeya de Gilgamesh, que es un viaje tan simple y tan propio de los inicios de la literatura y del conocimiento y, sin embargo, tan profundo. Las referencias a la Tabla Redonda y a sus caballeros viene más de mi niñez y mi adolescencia; pertenecen al ámbito de la aventura, a la salida del héroe aventurero y guerrero. Busco las fuentes exactas de la tradición artúrica, tan identificada con el cristianismo y con las distintas y numerosas versiones que existen. Todo se queda en el terreno de lo legendario, no se sabe cuál es la verdad y no importa mucho, lo que importa es qué se está diciendo o qué podemos leer entre líneas. Releer así Parzival es, para mí, un placer que busco devolver a las generaciones de ahora.

Más allá de dejar un legado, yo me preguntaba por qué era necesario este libro: creo que los buscadores de ahora están muy solos o sienten que su camino es individual, muy personal; pero el saber que tanta gente ha hecho ese camino antes les puede hacer sentirse acompañados. Entienden que lo que están transitando es tan viejo como el mundo. En definitiva, dar compañía a los buscadores del futuro, que sepan que vienen de un largo linaje, es la razón de este libro.

En La relación hurtada señalas que el padre ha dejado de ser una figura de autoridad para convertirse en una figura narcisista que busca hacerse amigo de sus hijos. Ahora, en Las cuatro caras mencionas la importancia de los ritos y los mitos en la educación para la construcción de un ser. Hay jóvenes que no tienen esa figura de autoridad ni tienen claro este linaje, y esto es lo que está configurando el presente y el futuro de la sociedad.

Se está construyendo una sociedad muy inculta, que ha dejado de nutrirse de sus propios alimentos. Las figuras de autoridad que tenemos hoy son muy cuestionables, como nuestros políticos narcisistas y exhibicionistas. Si no recuperamos la tradición de la que nos hemos alimentado, ¿cómo se formará una persona una idea de la «función padre» o un respeto al saber anterior, a la autoridad? Me refiero a la autoridad bien entendida, no a lo autoritario. Si no hay un referente externo, tampoco la persona acaba de crear su propia autoridad interior. Debemos recuperar el saber que nos ha precedido, lo que Claudio Naranjo ha llamado amor venerativo: amor al padre en el sentido de autoridad, de saber, de conocimiento. Cito a Rollo May, psicoterapeuta existencialista estadounidense, que dice que el problema de la juventud de su país es que no tiene ritos más allá de ganar dinero, y este es un rito muy pobre. Se crean generaciones perdidas, porque si no hay ritos tampoco hay una destilación del saber tradicional del que cada uno tiene que alimentarse.

Aunque esté envuelto en esa bruma del misterio.

Por ejemplo, los antiguos ritos preparaban al cazador antes de cazar y honraban a la fiera a la que se iba a dar caza. Nosotros hemos perdido esto. Sin embargo, mantenemos la costumbre del recogimiento antes de comer, o incluso de bendecir la mesa, que es un rito similar pero actualizado. Ya no sabemos de dónde viene lo que comemos y qué función tiene, por lo que se pierde el vínculo con la naturaleza, cuando en realidad dependemos mucho de ella. Los ritos son necesarios, desde los más grandiosos hasta los más pequeños, y abandonarlos indica una pérdida de cultura, sobre todo, una pérdida del sentido trascendente de la existencia. Las generaciones jóvenes corren el peligro de perder este sentido de la trascendencia, están demasiado encumbrados los valores del éxito y de la riqueza, que no pueden ser un fin en sí mismo.

Son los cantos de sirena… ¿Se trataría de una lucha entre la búsqueda del ser y la búsqueda de la apariencia?

Se trata de ser tú o de ser lo que se quiere que seas. Esto toca uno de los pilares básicos de la existencia, que es el miedo a ser nosotros mismos, ya sea porque no gustamos o porque nos causa problemas, por lo que mejor me pongo la apariencia de un falso ser y así me adecuo, pero cuanto más me falseo con el disfraz del ser, más pierdo quién soy yo, con lo cual más miedo me tengo a mí mismo y más disfraces me pongo. Esto se retroalimenta en un circuito demoniaco del que parece no haber salida. La salida terapéutica es el rescate de lo que uno es, aunque no sea políticamente correcto. Y también un cultivo de la transparencia: no adaptarse tanto al medio para no correr el riesgo de perdernos. Son dos temas nucleares del trabajo interior, del terapéutico y del trabajo del héroe.

Es un poco preocupante cómo los valores tradicionales de la cultura se han perdido, por eso, en el primer capítulo rescato la importancia del mito y del rito como parte de la construcción del individuo. No somos los primeros habitantes del planeta, no tenerlo en
cuenta nos hace más incultos y más pobres.

Ahora que hablas de pérdidas, me gustaría hacer referencia a Glosario del Fracaso (Círculo de Bellas Artes, 2021), un congreso organizado por el CBA, posteriormente convertido en libro. Tú ya habías puesto atención a la famosa sentencia de Samuel Beckett: «Lo intentaste. Fracasaste. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor». ¿Cómo de importante es el fracaso?

A poco que uno mire su vida, se dará cuenta de que los éxitos le han servido de mucho, pero de lo que más se suele aprender es de los fracasos. Darse cuenta de lo que pasó, de las consecuencias que no se midieron, de lo que faltó, de cuánta ambición había, etcétera, todo eso solo lo enseña el fracaso. Creo que tener tanto miedo al fracaso es una actitud que tiene que ver con la cultura norteamericana, en la que los fracasos no se perdonan. Es una cosa vengativa, el éxito se refuerza, pero el que fracasa, fracasa para siempre. Estamos difundiendo que el fracaso te quita de la circulación, te retira, te anula, cuando en realidad es la esencia del aprendizaje. Aprendemos por tanteo y error, como los niños cuando juegan y aprenden lo que está bien y está mal, y solo se ríen de lo que ocurre.

También mencionas al filósofo coreano Byung-Chul Han, autor de El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse (Herder Editorial, 2015), donde hace hincapié en el papel que juega la velocidad. Quizá también la velocidad es un elemento externo a nuestra cultura mitológica. Tú subrayas la paciencia.

Una de las partes del trabajo de Las cuatro caras tiene que ver con el oficio de agricultor, para el que es absolutamente fundamental la paciencia. No es una virtud que esté de moda; el que quiere ser millonario no espera al final de su vida, pero la paciencia es la virtud que más va adecuándose al compás interior. Cuando se deja que las cosas ocurran cuando tienen que ocurrir, cuando no se empuja el río sino que se respeta su ritmo, esa paciencia es un adelanto de autoconocimiento. La paciencia es la medida de tu ser adulto, porque el impaciente siempre es el niño: el niño lo quiere todo ya, no tiene ninguna resistencia a la frustración. Pero el proceso de madurar es un proceso de aceptar la frustración, de esperar que las cosas se den. Es una virtud de la que no se habla y tampoco se enseña. Uno no puede esperar con paciencia, como tampoco se puede aburrir, por lo tanto, no hay ocasión para que surja la inventiva, porque estamos sobreestimulados permanentemente. Es el tiempo lo que nos hace madurar.

Se han recopilado las conferencias de Joseph Campbell sobre la divinidad femenina en el libro Diosas (Atalanta, 2013) y también hay un considerable número de publicaciones actuales relacionadas con la mística y la feminidad; por ejemplo, las obras de Victoria Cirlot o Chantal Maillard. En Las cuatro caras incluyes un epílogo dedicado a la heroína.

No se puede pensar que en la literatura de la Edad Media o en la Biblia los héroes fueran mujeres, aun cuando en las tragedias griegas haya personajes tan fascinantes como Medea. Las figuras clásicas del héroe son masculinas, por lo que había dificultades para que las mujeres, en nuestros talleres, pudiesen proyectar su intención de aventura y de viaje interno. De este epílogo se ha ocupado Amós Vásquez y ha tenido mucho éxito. Ya se han formado grupos de mujeres que desean seguir trabajando con la ayuda de la heroína.

Eres uno de los introductores de la terapia Gestalt en España. Ejerces desde 1976 como director de CIPARH, que se creó en 1973. ¿Cómo fue ese periodo de creación y de dirección en el último tramo de la dictadura de Franco?

CIPARH fue creado por Ignacio Martín Poyo, que venía de Mayo del 68, donde había tenido un papel muy importante. Quería cambiar el país y quería hacerlo desde dentro. Al final, acabó dedicándose más al ámbito de las empresas, a un trabajo de cambio de las estructuras empresariales, apartándose de lo psicoterapéutico. CIPARH había nacido para traer las nuevas técnicas del humanismo, pero en España no se conocía nada de esto. Entonces, cuando él me pidió que lo dirigiera, lo primero que pensé era en difundir las técnicas, porque la gente llamaba por teléfono y preguntaba qué era la Gestalt, que si era un grupo de encuentro, más aún, de encuentros sexuales. Había mucho desconocimiento; fue una época de enseñanza y de explicación. Pero también había una sensación muy profunda de que estábamos haciendo la revolución, de que nos estábamos cargando al franquismo, de que lo que estábamos haciendo era contracultural.

Tuvimos muchos problemas, la policía vino varias veces a las sesiones de grupo porque, si había ruido, los vecinos avisaban. Recuerdo que una vez le dije a la policía que era bienvenida a pasar a la sala de trabajo, pero que tuviera en cuenta que los pacientes eran enfermos muy agresivos y violentos. Se marcharon. Lo que hacíamos iba en contra de todo, y esto era para nosotros un ensayo de la revolución, pero hecha de forma casera. Pensábamos, mesiánicamente, que si había cambios en los métodos de trabajo terapéuticos corporales es que estaba cayendo el franquismo. Fue muy difícil, pero resultó muy estimulante. Nos pusimos las armaduras de guerreros, pensando que estábamos poco menos que liquidando el franquismo. Como si fuera tan fácil… Enseguida murió Franco, pero la cosa siguió. No se acabó la rabia con la muerte del perro. Aun así, teníamos la sensación de que estábamos cambiando el país, y algo de ello era verdad.

Luego llegó la dirección de la Escuela Madrileña de Terapia Gestalt.

En 1980 decidimos montar la Asociación Española. Existía entonces la Sociedad Española de Psicoterapia y Técnicas de Grupo (SEPTG), que era el único fórum de psicoterapeutas de todos los pelajes. Aunque abundaban los psicoanalistas, también había algún humanista. Era el único sitio donde nos podíamos juntar. Fue interesante durante unos años. Ya más tarde, Lluís Pardo, Alberto Rams y yo entendimos que teníamos que fundar la Asociación Española de Terapia Gestalt. Pero si queríamos que hubiera una escuela, tendríamos que impartir formación porque todos procedíamos de distintos maestros. Necesitábamos una estructura, algo que me llevó bastante tiempo crear. Había muchos alumnos y muchos profesores interesados, tantos que empezamos a morir de éxito, el buque insignia de la asociación, que era la formación, se podía convertir en un peligro. Se siguió la propuesta de fundar escuelas separadas y se crearon la Escuela Madrileña, el Instituto de Barcelona, el Instituto de Psicoterapia Gestalt… Ahora contamos con más de setenta escuelas en toda España.

¿Cuál es el futuro de la Gestalt?

Recuerdo un congreso al que estaba invitado Claudio Naranjo. Jean-Marie Robine iba a dar una conferencia sobre el futuro de la Gestalt y Claudio dijo que el futuro de la Gestalt era desaparecer. Me escandalicé, pero lo he entendido con el tiempo. La Gestalt solo es una actualización de un proceso de autoconocimiento, que es tan viejo como el mundo, y que se ha experimentado a lo largo de la historia por diferentes vías: la religión, la filosofía, el pensamiento… La Gestalt es una actualización de este proceso, que aconteció en los años sesenta y que también necesitará actualizarse hasta su desaparición. Como decía Adorno, hay un movimiento carismático y otro burocrático; lo carismático se convierte en burocrático hasta que aparece de nuevo otro movimiento carismático que recupera el espíritu anterior.