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Keith Lamar

Jazz para enmendar una injusticia

Jaime Bajo
Imágenes Archivo de Albert Marquès

La clausura de la 15ª edición de Jazz Círculo trascendió lo meramente musical para convertirse en un acto de apoyo al músico estadounidense Keith LaMar, preso en el corredor de la muerte desde hace 28 años y cuya ejecución está programada para el próximo mes de noviembre. El concierto ofrecido por el cuarteto del pianista y activista barcelonés Albert Marquès, promotor de la campaña Freedom First, contó con la participación telemática de LaMar. Jaime Bajo, director de Jazz Círculo, nos acerca al caso de este jazzista, el primer músico en grabar un álbum desde el corredor de la muerte.

«La música no es solo música: es una medicina que me ayuda constantemente a sanar el trauma permanente que atravieso. Es una parte importante de quién soy y de cómo soy capaz de sobrellevar esta tortuosa situación».
Keith LaMar

La cita que encabeza este artículo está extraída de unas declaraciones que concedió recientemente a un medio de comunicación de nuestro país un ser humano llamado Keith LaMar: ciudadano estadounidense de piel negra que supera la cincuentena y que ha pasado más de la mitad de su vida privado de libertad. Los últimos años lo ha hecho en régimen de aislamiento en una celda de la prisión de Youngstown, en el estado de Ohio, dentro del corredor de la muerte. Su ejecución, si nada lo remedia, está programada para el 16 de noviembre de este año. Por su falta de certezas, su prolongación en el tiempo y su repercusión mediática, su caso nos recuerda a los del periodista afroamericano Mumia Abu-Jamal o el español Pablo Ibar. El delito que se le imputa, del que él se declara inocente, es el de presunto copartícipe de un amotinamiento en el correccional de Southern Ohio. Como cuenta en su autobiografía Condemned: The Whole Story [Condenado: La historia completa] (2013), cumplía condena allí por haber asesinado, a los diecinueve años, a un traficante de drogas rival que le asaltó en su ciudad, Cleveland, para robarle la droga.

Al motín, que se saldó con el fallecimiento de diez personas, entre ellos un funcionario de prisiones y varios presos, le siguió un proceso judicial trufado de anomalías: se manipuló la escena del crimen, vulnerando la cadena de custodia de las pruebas del delito; también se negó la posibilidad de declaración al autor confeso de los asesinatos y se realizaron presuntos pagos a los informantes de la prisión con voluntad de incriminar a LaMar y exonerar a los verdaderos responsables. El jurado popular, que no contaba con afroamericanos –las personas preseleccionadas fueron vetadas previamente por la fiscalía–, declaró a LaMar culpable de los asesinatos de cinco de los finados, pese a que no pertenecía a ninguno de los grupos implicados en el motín.

En su reducida celda, dotada de una pequeña ventana de apenas un palmo y en la que transcurre veintidós de las veinticuatro horas del día, LaMar vive aferrado a la música. Es su modo de entretenimiento, su manera de aprovechar las eternas jornadas en régimen de reclusión y la tabla de salvación a la que agarrarse para tratar de sobrellevar con cierto optimismo una injusticia que se prolonga desde hace demasiado tiempo: «La música juega un papel muy importante a la hora de aliviar las tensiones que conlleva esta situación. Gracias a la música, leo y estudio mucho. Encontré una pila de discos en un vehículo abandonado al final de mi calle y me los llevé a casa. Marvin Gaye, los Isley Brothers, Lionel Ritchie...». Entre esos álbumes, LaMar se queda sobre todo con uno por las implicaciones emocionales y sanadoras que tiene para él y porque, pese a su innegable calidad, trasciende lo estrictamente musical. Se trata de A Love Supreme (1964), de John Coltrane: «Habla de la actitud mental y espiritual que tienes que asumir para lidiar con la opresión, con la brutalidad. En “Psalm”, el último corte, Coltrane está tocando a partir de una oración escrita por él que alude a un conocimiento más profundo de Dios y de nuestra responsabilidad ante su preponderancia. Para mí, A Love Supreme no es solo una composición musical: es mi biblia. Es el lugar al que acudo para estar en comunión con esas entidades superiores. Siempre que me siento desconcertado, confundido, frustrado o deprimido, escucho esa canción y me devuelve a mi vida. Por eso digo que Coltrane me salvó la vida. Él impidió que me consumiera, que me convirtiera en la peor versión de mí mismo».

No obstante, para Keith LaMar no todo ha sido padecimiento en el corredor de la muerte. Allí coincidió con otro devoto del maestro John Coltrane, un enamorado del jazz clásico –Miles Davis, Sonny Rollins, Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan Nina Simone…–, ya fallecido, que perseveró hasta lograr eludir su trágica ejecución sumaria: «Un hombre mayor, llamado Snoop, me habló de la lucha de Coltrane con la heroína y otras drogas y de cómo superó su adicción. Él me mostró la conexión entre el jazz y la travesía de los esclavos desde África hasta América. Me enseñó que el sonido del barco, del viento que interactuaba con la madera de la nave, de las cadenas y los lamentos de los cautivos, era jazz, que ahí está el origen del jazz. Esa música es el resumen, o el balance, de esta historia de superación, de esta lucha por la propia humanidad. Por eso mi conexión con el jazz es tan fuerte».

El jazz es el género (de géneros) que el pianista y activista barcelonés Albert Marquès ha estudiado hasta la saciedad –hasta su ingreso y graduación en el Conservatori Liceu lo hizo de manera autodidacta– y cuyo lenguaje maneja con excepcional maestría. Marquès, que se autodefine como «un educador social que usa la música para ayudar a adolescentes que han tenido tentativas de suicidio o que han sufrido abusos en el hogar», decidió apostar por la carrera de pedagogo musical e instalarse en Nueva York, donde vive desde hace una década. Allí, concretamente en un edificio de Brooklyn, el azar caprichoso del destino quiso que uno de sus vecinos fuera toda una eminencia del piano: Brian Jackson, mano derecha del poeta y músico artífice de la spoken word [poesía cantada y hablada] Gil Scott-Heron y director del pódcast Pieces of a man, cuyos dos últimos episodios dedica a LaMar.

Fue a través de este trabajo de Jackson como Marquès conoció el caso de Keith LaMar. Por entonces, ya estaba implicado en la organización de eventos para fortalecer la comunidad local en clave de justicia social, y no dudó en poner en marcha un concierto destinado a difundir el caso. El propio LaMar seleccionaría el repertorio e introduciría cada una de las piezas. El resultado fueron diez temas originales de Miles Davis, John Coltrane, Joe Henderson, Mongo Santamaría o Kamasi Washington, entre otros, interpretados por una orquesta formada por veinticinco músicos, reunidos por Marquès para tan señalada ocasión. El concierto se celebró en una plaza al aire libre. No contaban con los permisos necesarios, pero sí con el silencio cómplice de la Policía de Nueva York. «No nos lo hubiesen dado [el permiso]. En ese momento, la Policía arrestaba a cincuenta personas al día. Había patrullas alrededor mirando, pero no hicieron nada», explica Marquès y añade: «Nuestro objetivo siempre ha sido tocar con Keith, no tocar para Keith. No solo hay que ayudarle; hay que darle la plataforma desde la que él pueda expresarse».

A partir de ese primer concierto, la relación entre Marquès y LaMar se fue afianzando con visitas de este último al centro penitenciario y frecuentes llamadas y videollamadas. «Ahora hablamos cada día. Es uno de mis mejores amigos», afirma Marquès. Por su parte, LaMar, lo considera «como un hermano». Entre los dos han construido una suerte de filiación telemática que se ha ido materializando en forma de colaboraciones poético-musicales a las que LaMar aporta un discurso de fuerte impronta social y política, en la más pura tradición de la spoken word o The Last Poets. Los acompañan otro músicos, como los bateristas Zack O´Farrill y Marc Ayza, la vocalista Erin Corine, los trompetistas Milena Casado y Adam O´Farrill, el contrabajista Manel Fortià, el chelista Gerald Appleman o el saxofonista Xavier del Castillo, que a través de la contraparte instrumental contribuyen en Freedom First, la campaña de movilizaciones sociales y actuaciones musicales que desde 2020 lidera Albert Marquès. El fin no es otro que «humanizar a Keith y a todas las personas que están en la cárcel» y mostrar la crueldad de una sociedad que está dispuesta a negar la posibilidad de rehabilitación y de reinserción social a una persona que ha demostrado con hechos constatables que está dispuesta a aportar armonía y bienestar a la sociedad. Entre otras acciones, destaca el vídeo del tema «Tell´em the truth». «Tras ver las imágenes, la siguiente pregunta es: ¿matarías a este tío?», afirma Marquès. Un cuestionamiento que profundiza en lo más elemental: el irresuelto dilema filosófico sobre el sentido de la vida, campo de batalla del devenir cotidiano de LaMar: «Mi vida entera está centrada en estar vivo, completamente vivo y partícipe de este misterio llamado vida».

El fruto más tangible de la colaboración entre ambos es el álbum titulado, al igual que campaña, Freedom First. Es el primer disco que graba un presidiario desde el corredor de la muerte, sorteando con ingenio y creatividad los contratiempos que ocasiona un proceso de grabación tan atípico. Como reconoce Marquès: «trabajamos las canciones poniéndole grabaciones a Keith por teléfono, con esa calidad de sonido tan mala…». Para LaMar, el disco «ha sido posible gracias a la confianza y la fe que hemos tenido el uno en el otro. Y, sobre todo, a su fe en mí. Albert y la gente que ha venido con él me han llevado a otro nivel».

JAZZ CÍRCULO
CONCIERTO FREEDOM FIRST: KEITH LAMAR & ALBERT MARQUÈS

24.02.23

MÚSICOS KEITH LAMAR (VOZ) • ALBERT MARQUÈS (PIANO) • ERIN CORINE (VOZ) • MARC AYZA (BATERÍA) • DARÍO GUIBERT (CONTRABAJO)
ORGANIZA CBA
PATROCINA ÁMBAR
COLABORA YAMAHA